“Aló! . . . ¿Hay alguien allá arriba?”
Marco T. Terreros
Eran las 4:53 PM, horal local, el 12 de enero de 2010. Un terremoto de magnitud 7 en la escala de Richter sacudió Haití causando más de 200.000 muertes, enorme destrucción material y sufrimiento indescriptible. El 27 de enero del mismo año, tan solo mes y medio después, otro terremoto golpeó a Chile dejando a su paso muerte, pérdidas materiales y tristeza. Según Richard Gross, científico jefe de la NASA, este terremoto de magnitud 8.8 fue lo suficientemente fuerte para haber desbalanceado el eje de la tierra en 2.7 milisegundos (unos 8 cms.). El 11 de marzo del siguiente año un fuerte terremoto de magnitud 8.9, el más fuerte en los últimos 140 años de la historia de Japón, generó un tsunami que dejó más de 10.000 muertos, más de 16.000 desaparecidos, y a otros miles heridos y/o sin hogar. Otros efectos lamentables siguieron en estela.
Preguntas desconcertantes. Ante fenómenos como estos, el hombre moderno cuestiona a Dios con preguntas tales como, ¿por qué suceden estas y tantas otras cosas? ¿Por qué muchos malvados se salvan mientras que muchas personas buenas perecen? ¿Por qué sufren los inocentes? ¿Dónde está Dios? “Aló! . . . ¿Hay alguien allá arriba?”
Tales quejas no son nuevas. Unos 600 años antes de la era Cristiana el profeta Habacuc en su libro cuestiona a Dios con preguntas similares que aunque incluían el desconcierto ocasionado por ciertos fenómenos en la naturaleza (véase Hab. 3:8-12), en su momento histórico tenían que ver con repetidos episodios de violencia e injusticia humana en el reino de Judá. ¿Y Dios? Bueno, parecía guardar silencio. Pero aunque parecía estar ausente sin embargo no lo estaba y le pidió a Habacuc que confiara en sus promesas.
Importancia de la experiencia de Habacuc. La experiencia de Habacuc es importante para quienes vivimos en el siglo veintiuno. Para empezar, el profeta no vivió para ver el cumplimiento de las promesas de Dios. Y es animador pensar que, a pesar de ello, él aprendió a confiar de todos modos, a tal punto que su breve libro concluye con uno de los pasajes más hermosos y alentadores de la Biblia para mí y para todo creyente (Hab. 3:17-19).
Estrategias. Visualicemos mejor la importancia de la experiencia vivida por Habacuc al observar y aplicar las siguientes estrategias para enfrentar el desconcierto ocasionado por nuestras preguntas sin respuestas.
· Esperemos creyendo en las promesas de Dios aunque tarden en cumplirse (Hab. 2:3). Tengamos en cuenta que esperar demandará nuestra fe (Heb. 10:38).
· Recordemos que los caminos de Dios son eternos (Hab. 3:6, úp). Por tanto, debemos ser persistentes en aguardar la intervención divina aunque esta solo ocurriera en la Segunda Venida. Puede ser que Dios no nos deje esperar tanto si él ve que confiamos en que su tiempo, no el nuestro, es el mejor. Ah, y esperemos respuestas fuera de nuestras expectativas.
· En medio de nuestras dificultades, pase lo que pase en nuestra vida o alrededor nuestro, aun tragedias, hagamos de Dios nuestra fortaleza (Hab. 3:19).
· Recordemos lo que Dios ha hecho por nosotros en el pasado y ello nos dará aliento para el presente y nuevas fuerzas para el futuro. Hagamos nuestra la oración de Habacuc en el capítulo 3 de su libro.
· A pesar de las circunstancias desalentadoras por las que estemos pasando (Hab. 3:18), practiquemos el contentamiento (ver Fil. 4:11).
· Llevémosle nuestras perplejidades a Dios. Hagámoslo de manera abierta, honesta, sincera. Presentémosle nuestras frustraciones. Eso es mucho mejor que presentar nuestras quejas ante otras personas. Cuando estemos desalentados por lo que nos rodea, levantemos los ojos. Miremos al cielo. Sí, hay Alguien allá arriba. Y recordemos que Dios es fiel.
· Teniendo en cuenta que todos enfrentamos preguntas sin respuestas y ocasiones en las cuales nuestra experiencia parece imposible de reconciliar con nuestras creencias espirituales, tratemos de ayudar a otros. Alguien más puede estar acosado por las mismas dudas y estar luchando con las mismas preguntas. Compartámosle una promesa divina.
Un elemento estratégico culminante: La alabanza. Alabemos a Dios, no importa por qué estemos pasando. “Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Hab. 3:18). Recurramos al canto. Consideremos, por ejemplo, la letra del coro “Puedes confiar en el Señor,” cuyas palabras incluyen las siguientes: “Si el sol llegara a oscurecerse y no brillar más, aún confía en el Señor que él te va a cuidar.” Si así lo hacemos, podremos descansar. En este contexto, cuán apropiado es el consejo: “Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón, dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efe. 5:19-20, Nueva Versión Internacional).