¿Qué hacer cuando parece que Dios nos abandonó?
Leo Ramon Acosta
Era un día sábado y me tocaba predicar en el culto divino. Faltaban diez minutos para las once de la mañana, estaba listo para salir a la plataforma cuando mi teléfono celular sonó. No quise atender porque pronto saldría, pero ante la insistencia de las llamadas atendí. En el otro lado pude reconocer la voz de mi hermana que entre sollozos me dijo: “Elías tuvo un accidente, se cayó su helicóptero y está muerto”. Aparentemente los ganchos de aterrizaje se enredaron en un cable de alta tensión que mi hermano no vio. Elías era mi hermano menor, a quien yo había criado, era como mi hijo. De todas maneras prediqué, pero sentía que algo partía mi ser. Cuando salí lloré como un niño. Emprendí un viaje por tierra de unos 250 Kilómetros, a fin de reunirme con mis familiares para darles consuelo. Allí estaban mis hermanas, mi pobre madre, los hijos de mi difunto hermano y su esposa, todos destrozados. Mi misión era consolarlos, hablarles de la esperanza de la vida eterna, cosas que los cristianos sabemos, pero que en estos momentos no terminamos de entender. ¿Preguntas? Si muchas. ¿Pudo Dios impedir que el helicóptero prendiera ese día? Claro que sí. ¿Pudo Dios haber hecho que mi hermano notara el peligro y viera el cable? Claro que sí. ¿Entonces qué pasó? No lo sé.
Pasaron los días, los años, las heridas fueron sanando aunque no se olvidaron. Dios no nos permite sufrir más de lo que podemos soportar. De nuevo un día amaneció como siempre, estaba preparando mi viaje a México para continuar mis estudios doctorales en teología, haría una parada en los Estados Unidos, donde habría una reunión de la conferencia general. Otro aciago día, la noticia. “Nuestra madre fue arrollada por un auto y está en la clínica, por favor ven rápido, esas fueron las palabras de una de mis hermanas”. Alisté mi vehículo y salí a la ciudad donde estaba mi madre. Estaba consciente, tenía una fractura en su hombro izquierdo y en la rodilla ipsilateral, su tensión era baja y respiraba con un poco de dificultad. Hice los arreglos en una aeroambulancia y la trasladamos a la ciudad donde vivo, mi condición de mi médico, me permitiría manejar mejor la situación. Fue sometida a operación de su hombro y su pierna, luego colocada en terapia intensiva, debido a que no respiraba bien y la tensión no se estabilizaba a pesar de recibir vasopresores. Estábamos esperanzados que el Señor haría el milagro y nuestra madre se salvaría. Allí nos animaban los compañeros pastores, quienes también oraban. Pasaron los días, como médico sabía que las cosas no estaban progresando, decidí pedir respuestas al equipo de médicos. Ellos contestaron “Colega, su mama tiene un traumatismo pulmonar importante, esto ha hecho fibrosis y el pulmón no funciona bien”. No obstante se hicieron cambios en el tratamiento y esperaron 10 días más reevaluar la situación. La resonancia pulmonar reveló que la condición del pulmón había empeorado. De nuevo me reuní con los médicos, ellos dijeron: “Su mamá no se salvará, definitivamente se morirá. Debe usted decidir; si se le quita el ventilador pulmonar, ella morirá en pocos minutos. Si se le deja de todas manera morirá, pero no sabemos en cuanto tiempo”. Habían pasado veintiún días de agonía, ahora se agregaba un nuevo problema: qué hacer con el ventilador. Finalmente mi madre murió. De nuevo preguntas. ¿Pudo Dios impedir que ella saliera ese día y no fuera atropellada? Si. ¿Pudo Dios detener el auto? Si. ¿Pudo reparar el daño de su pulmón? Si. ¿Por qué no hizo estas cosas? No lo sé.
Oficiamos el sepelio de mi madre y les aseguré que la veríamos en la patria celestial. Sentí la paz de saber que no estaba sólo, pero no fue fácil.
Como cualquier otra persona he experimentado el dolor. Por mi profesión, he sido un soldado de la medicina que ha peleado batallas con la muerte y ha perdido. Esto deja un sabor amargo. Entonces, si como teólogo me preguntaran. ¿Por qué existe el dolor? ¿Por qué Dios lo permite? ¿Por qué Dios nos abandona? ¿Dónde está Dios cuando asaltan a un cristiano? ¿Dónde está Dios cuando violan a un inocente? ¿Qué contestas?
Estas y muchas otras preguntas se hacen las personas. Para muchas no hay respuestas o tal vez hay respuestas que no entendemos. Pero estas son mis reflexiones: Nunca Dios nos abandona, aun cuando pasemos por el peor momento. Dios no creo el mal. Dios permite el mal, para que las personas puedan escoger entre el bien y mal. Según Génesis 3:15 estamos en una batalla donde sólo hay dos capitanes, el Señor Jesús y Satanás; en una batalla mueren inocentes, pero al final vendrá la victoria. En nuestro caso sabemos que la victoria llegará y no habrá más llanto ni dolor, porque todo habrá pasado.
Podría haber una pregunta más ¿Qué hacer mientras esperamos la victoria y tenemos que vivir tan malos momentos? La respuesta es tener fe en Dios y aceptar su voluntad, confiando en que él sabe por qué permite las cosas. Cuando digo tener fe me refiero a confiar en Dios pase lo pase. No confundamos la pérdida de una batalla con la pérdida de la guerra. Podemos perder batallas, pero el triunfo está asegurado en esta guerra contra el mal. Habacuc termina su libro con una fe de este tipo cuando dice en Habacuc 3:17-18:
“Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados
no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales;
Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación”.