EL SEÑORÍO DE CRISTO Y LA OBEDIENCIA
Armando Juárez
Todo cristiano sabe muy bien que Jesús es el Salvador del mundo, que por la fe en Él, “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Rom 10:13). Jesús es el que nos sacó de las tinieblas del pecado y “nos hizo participar de la herencia de los santos en luz” (Col 1:12). Jesús como salvador del pecado es un mensaje que todas las denominaciones cristianas enfatizan hasta la saciedad.
Pero en la Palabra de Dios se hace énfasis en otra dimensión del carácter de Cristo; que en cierta forma no es tan enfatizada y a veces ignorada, esto es su soberanía como Señor.
Cristo es el Señor así como es el Salvador. Mientras que como salvador del pecado, nos liberó de la muerte eterna, por lo cual todo ser humano debería estar eternamente agradecido. Como dijo San Pablo: “él por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2Cor 5:15).
Este es el aspecto que en cierta forma no ha sido tan enfatizado. La obediencia forma parte integral de reconocer que Cristo es nuestro Señor. El Señor lo hizo claro cuando afirmó: “No todo el que me dice: "¡Señor, Señor!", entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (Mat 7:21).
Reconocer el señorío de Cristo es obedecer sus mandamientos, hacer su voluntad y exclamar como lo dijo el salmista: “el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu Ley está en medio de mi corazón" (Sal 40:8).
En aquél tiempo cuando el sistema de esclavitud estaba vigente, el concepto señor tenía un significado que ahora se ha perdido, debido a que hace ya mucho tiempo la esclavitud desapareció en la mayoría de los países. El señor era el amo y el dueño de la vida del esclavo. El esclavo tenía que obedecer ciegamente la voluntad de su señor. Es en este contexto que Pablo escribió: “Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col 3:22-24).
Es en este contexto que se nos pide que sirvamos a Cristo como Señor. Nuestra obediencia debe ser total, nuestro deseo de servir al Señor debe ser la única razón de nuestro vivir, a fin de agradarle. Pablo usando la misma ilustración de la esclavitud nos dice: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina que os transmitieron; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. Hablo como humano, por vuestra humana debilidad: así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la impureza y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” Luego continua diciendo que ahora que “somos hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación y, como fin, la vida eterna” (Rom 6:16-22).
Al hablar de Cristo como nuestro Señor, debemos siempre recordar que somos su esclavos. Que él demanda de nosotros obediencia. Al obedecerle, él ya no nos considera como sus esclavos sino como sus amigos, pues él declara: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. (Juan 15:14).
Que al hablar de Cristo todo aquél que afirma que es su Salvador y su Señor tenga siempre en mente lo que esto significa. Recordemos que él mismo afirmó: "Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).