La muerte de Cristo y la ley
Omar Velázquez
La lección de esta semana da respuesta a las preguntas que han estado en el debate de la arena teológica a través de los siglos ¿En qué sentido la muerte de Cristo ha liberado a los cristianos de la ley de Dios?, ¿Qué quiere decir que el cristiano no está más bajo la ley, después de la muerte de Cristo? Para dar respuesta a estas preguntas usaré algunas de las ideas que el Dr. Atilio Dupertuis presenta en su libro Romanos. El poder transformador de la gracia.
Por lo menos se identifican a tres grupos de cristianos en relación a sus conceptos y actitudes respecto a la ley de Dios. En primer lugar, por el lado izquierdo están los “antiley.” Estas personas usan algunas de las expresiones del apóstol Pablo para restarle importancia a la ley de Dios. En resumen, ellos afirman que con la muerte de Cristo, la ley fue abolida y que lo único que rige para el cristiano hoy es la ley del amor. Ellos argumentan: ¿No dice acaso Pablo, que “el fin de la ley es Cristo”? (Ro. 10:4). Este grupo de cristianos rechazan los Diez Mandamientos, la ley moral, como norma de conducta para sus vidas. Ellos sostienen que la salvación es por la gracia de Dios y que los Diez Mandamientos no juegan ninguna función en los planes de Dios para la persona que vive después de la cruz. Ven a la ley y a la gracia como irreconciliables, y opinan que es necesario decidirse por una o por la otra. En esencia, esa actitud hacia la ley de Dios no promueve libertad, sino libertinaje, pues dicen que el cristiano no necesita obedecer los Mandamientos.
En segundo lugar, por el lado derecho están los “legalistas.” Estas personas enseñan la observancia de la ley como medio de salvación. Piensan que el ser humano tiene que obedecer para ganar méritos delante de Dios para ser salvos. Tienden a ser fanáticos a tal grado que se olvidan que el amor debe caracterizar la observancia de la ley. Ese era el espíritu de los fariseos en tiempo de Jesús, pero, tristemente, todavía existe en la vida de muchos cristianos de la actualidad. En ese tipo de obediencia no hay gozo por la salvación que Cristo logró, ni hay crecimiento espiritual como resultado de la relación con el Señor.
En el tercer grupo están los que “obedecen la ley” porque aman a su Salvador quien dijo: Si me amáis guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). Este grupo de cristianos comprende, en primer lugar, que con la muerte de Cristo el ser humano ha sido, librado de la ley, pero no en cuanto a su obligación de obedecerla, sino de la condenación de la ley que demanda muerte para el transgresor, pues Cristo cargó en la cruz el pecado de todos nosotros (Is. 53: 5,6). En segundo lugar, comprenden que la obediencia de la ley no es un medio de salvación y reconocen que la salvación es por gracia, no por obras. Sin embargo, obedecen “de corazón” (Ro. 6:17), no para lograr la aceptación de Dios, sino porque consideran a la ley como la norma de conducta que Dios ha dado al ser humano, y como expresión de su amor al Dios de amor, la obedecen de corazón (Sal. 119: 127, 128).
Stott, un teólogo muy reconocido en el círculo evangélico ofrece la siguiente explicación acerca de las palabras de Pablo de que el cristiano no está ya más bajo la ley, sino bajo la gracia. Él dice que Pablo usa esa expresión en dos de sus cartas y en diferentes contextos, y en sentidos diferentes. Él aclara, además, el significado de cada frase explicando las frases contrastantes que se utilizan en cada carta de Pablo. Señala que al escribir Pablo, en Romanos 6:14 “no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”, la antítesis esta entre la ley y la gracia y que eso indica que se está refiriendo a la manera que se obtiene la justificación, la que no se obtiene por medio de la obediencia del ser humano a la ley, sino solamente por la misericordia de Dios. Por otra parte, dice que Pablo escribió en Gálatas 5: 18 “si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley”. Él dice que en este texto la antítesis es entre la ley y el Espíritu y que se está refiriendo a la manera que se obtiene la santificación, que no se logra por los esfuerzos del ser humano tratando de guardar la ley, sino por el poder del Espíritu que mora en el corazón. El concluye diciendo: “Para la justificación no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia; para la santificación no estamos bajo la ley, sino que somos guiados por el Espíritu”. En esos dos sentidos es que el cristiano ha sido liberado de la ley, pero no en cuanto a la obligación de obedecerla.
Finalmente, al recordar la muerte de Cristo por causa de nuestros pecados y para darnos salvación, es bueno reafirmar el deseo de David al decir: “En mi corazón he guardado tus dicho para no pecar contra ti” (Sal. 119. 11). Porque como dijo el poeta Amado Nervo: “En la armonía eterna, pecar es disonancia; pecar proyecta sombras en la blancura astral”. Además, con gratitud recordemos la muerte de Cristo en la cruz, porque esa muerte quita la culpa del pecado, pero aguardemos con esperanza la segunda venida de Jesús porque ese día se quitará la presencia del pecado.