Como desencadenar el derramamiento del Espíritu Santo
Lemuel Olan Jimenez
¿De qué manera nos dice Dios en la actualidad que nuestro caso está resuelto positivamente delante de Él? ¿No serían verdaderamente buenas noticias que Dios nos dijera EN PERSONA que los beneficios del sacrificio de Cristo han sido aplicados a nuestra vida? ¿Cómo sería nuestra experiencia si ahora mismo pudiéramos tener esa certeza? ¿Cuál es el rol del Espíritu Santo en la seguridad del creyente?
Clifford Goldstein afirma que “caminar en el Espíritu no es lo que lo redime a usted: es la evidencia de que usted está redimido”.[1] Pero hay quienes dudan de que el Espíritu Santo quiera venir a sus vidas. Sienten que no tienen méritos suficientes como para merecer una visita de semejante santidad y grandeza. Ven al Espíritu Santo como algo inalcanzable o como algo que está en un futuro distante. Pero, ¿qué dice la Escritura? ¿De quien depende el derramamiento del Espíritu Santo? ¿De nosotros o de Cristo?
El apóstol Pablo le dijo a los Gálatas: “Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? (Gál. 3:2). Su pregunta exige una respuesta. Como es un tema tan importante, vuelve a preguntar: “Aquél, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (3:5). Su respuesta es contundente. Las personas reciben el Espíritu Santo cuando creen en los méritos de Cristo, no por algún mérito personal. Y si el Espíritu se recibe así, ¿qué mensaje conlleva que alguno de nosotros reciba el Espíritu Santo? ¿No significa acaso que el Espíritu Santo es la evidencia de nuestra salvación en Cristo porque sus méritos han sido aplicados a nuestra vida? El objetivo de la muerte de Cristo es que fuésemos justificados por la fe para así recibir el Espíritu (Gálatas 3:14). Ese es un mensaje de la Escritura sumamente claro. Así que, lo único que puede impedir que una persona reciba el Espíritu Santo es que no crea en los méritos de Jesús en su favor ni desee que Dios lo dirija; es decir, que no tenga planes de obedecer a Dios (Hec. 5:32).
Los siguientes textos, responden la pregunta adecuadamente. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gál. 3:13-14). La bendición de Abraham es la justificación por la fe; ya que los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición. Observa, pues, que aquellos que han dejado de depender de las obras de la ley (y que por depender de ella estaban bajo maldición) (Gál. 3:10), “son bendecidos [ahora] con el creyente Abraham” porque tienen fe (3:9). Tanto la bendición de Abraham como la promesa del Espíritu se reciben por la fe.
Veamos esto desde otro ángulo. Cuando el apóstol Pedro presentó la razón del derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, dijo lo siguiente: “A éste Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís... Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:32-33,36). Notemos que el derramamiento del Espíritu no se debe a la exaltación del hombre sino a la exaltación de Cristo. En realidad, el derramamiento del Espíritu Santo demostró que Jesús es ahora Señor y Cristo. Por lo tanto, no son nuestros méritos los que hacen que el Espíritu se derrame, sino que Jesús haya sido exaltado. ¿No es eso lo que dice Juan 7:37-39? “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”. El Espíritu viene, entonces, con la glorificación de Cristo, no de nosotros; y Cristo es glorificado cuando creemos en sus méritos. Cristo es glorificado cuando creemos que sólo somos justificados por la fe en lo que él hizo. Y cuando obedecemos lo hacemos para seguirlo glorificando, no con el fin de salvarnos.
Para ilustrar esto, analicemos un caso muy conocido de las Sagradas Escrituras. La Biblia relata la historia de un joven llamado José, muy querido por su padre. Un día llegó al padre la noticia de la muerte de su hijo, y durante largos años Jacob lloró la pérdida de José. Pero José no estaba en la tumba; estaba en una posición de poder y gloria. Después de haber llorado durante años la muerte de ese hijo, le llegó de repente la noticia de que José estaba vivo y en alta posición en Egipto. Al principio Jacob no podía creerlo. Era demasiado hermoso para ser verdad. Pero, por fin, lo convencieron de que la historia de la exaltación de José era cierta. Y, ¿Cómo llegó Jacob a creerlo? Salió y vio las carrozas que José había enviado desde Egipto (Génesis 45:27-28). Y bien, ¿qué podrían representar aquí las carrozas? Watchman Nee señala que “de seguro prefiguran el Espíritu Santo enviado para ser tanto la evidencia de que el Hijo de Dios está en gloria como el vehículo para llevarnos allá”[2] Así, pues, el vehículo para llevarnos al cielo ya está aquí. Él es el arras, el anticipo que el cielo envía para decirnos que el cielo nos pertenece (Efesios 1:13-14). Por tanto, no dudes más. Jamás dudes de Cristo y de lo que él hizo por ti.
En resumen, si vas a desencadenar el derramamiento del Espíritu Santo en tu vida, exalta a Cristo. Confía en él. Ríndete a Él y obedécele. Pero reconoce siempre que “caminar en el Espíritu no es lo que te redime a ti, sino la evidencia de que tú estás redimido”. Y como bien lo señala la lección del miércoles de esta semana, por eso “necesitamos la obra del Espíritu Santo no solo al comienzo de nuestra vida cristiana, sino constantemente”. La obra del Espíritu Santo también consiste en darnos una seguridad permanente. Él es la evidencia de que Cristo ha abogado por nosotros ante el Padre, y nos ha enviado como evidencia (valga la redundancia), al Consolador.
[1] Clifford Goldstein, Ministerio Adventista, Septiembre-octubre, 1993.
[2] T. S. Watchman Nee, La Cruz en la Vida Cristiana Normal, (Grand Rapids, MI: Editorial Portavoz, 1993), 40.