EL PODER DE LA PALABRA
Emmer Chacón
La teoría lingüística de los actos del habla[1] provee un marco teórico para entender el poder del lenguaje. Esta teoría reconoce que, bajo ciertas condiciones, el discurso tiene el poder de generar realidades. El ejemplo clásico en esta área es el del novio que ante el juez o el clérigo dice: “Sí, acepto.” Estas escasas dos palabras, en ese marco de circunstancias, generan una realidad. A partir de ese momento, el novio es esposo y ha generado un compromiso duradero y válido tanto en la tierra como en el cielo. Su respeto a tal compromiso puede que no sea duradero debido a un divorcio pero el compromiso es duradero. El divorcio, legal en la esfera humana, puede no ser válido en la perspectiva de Dios y por lo tanto el compromiso, en ese caso, será aún vigente. Ese poder del discurso de generar realidades duraderas se da de igual manera en el caso de un juez que emite una sentencia o un árbitro que hace lo propio.
El máximo ejemplo del poder del leguaje, los actos del habla, lo podemos ver en la palabra de Dios. Él mandó y existió, ordenó y fue hecho (Gen 1:1-2:3). La Palabra de Dios trajo los mundos a la existencia. La Palabra de Dios escrita genera vida nueva en el creyente (Romanos 6:1-13), provee fortaleza para enfrentar las vicisitudes de la vida con integridad y brinda consuelo verdadero.
Un ejemplo poderoso del poder del lenguaje en la esfera humana lo encontramos en el caso del discurso del profeta Natán ante el rey David, 2 Samuel 12:1-4. El rey “leyó” el discurso del profeta y, acto seguido, emitió una sentencia (2 Samuel 12:5-6), su propia sentencia. A partir de este momento, la vida del rey David y la de todos sus descendientes (“…no se apartará jamás de tu casa la espada,” 2 Samuel 12:10) fue determinada por el contenido del discurso del profeta, 2 Samuel 12:7-12.[2]
Los actos del habla funcionan también en el nivel de la conversación cotidiana. Una declaración puede ser emitida con la intención y/o el efecto de persuadir a alguien acerca de algo. Podemos ver cómo Joab trae una mujer sabia desde Tecoa para que hable ante el rey David y le convenza de traer de vuelta a Absalón. El discurso de la mujer rinde sus resultados y, a través de argumentos teológicos basados en la justicia (2 Samuel 14:3-20), convence al rey y logra su objetivo. Es de notar que en el relato, el discurso de la mujer es amplio y extenso en comparación a las intervenciones del rey. Al final de la narrativa, 2 Samuel 20:16-22, otra mujer sabia media entre Joab y su ejército y los habitantes de una ciudad sitiada y logra convencer a ambos bandos de hacer lo necesario para evitar una masacre y la posible destrucción de la ciudad.[3]
Una palabra puede generar mucho bien o, de igual manera, puede causar mucho mal. La mentira, el chisme, la calumnia y asuntos por el estilo causan grandes daños que pueden perdurar aún más allá de todo intento de enmienda. De igual manera, la palabra blanda quita la ira (Proverbios 15:1a) y la palabra dicha como conviene puede generar mucho bien (Proverbios 25:11).
Es entonces muy entendible que la Escritura haga tanto énfasis en que cuidemos lo que decimos y cómo lo decimos (Proverbios 25:11). Hemos de cuidar nuestras palabras pues por ellas seremos juzgados (Mateo 12:37). Aquello que decimos, y cómo lo decimos, puede y de hecho afecta el presente y la posteridad propia y de aquellos a quienes alcanzan nuestras palabras.
No podemos hablar más con descuido sino que nuestro hablar ha de ser depurado, nuestras palabras han de ser escogidas. Cultivemos nuestro lenguaje a través de la lectura selecta, una pronunciación correcta y una entonación adecuada. Debemos hablar en el contexto de la responsabilidad individual que tenemos ante la eternidad y el conflicto cósmico; en el contexto eterno y cósmico del impacto de nuestras palabras sobre otros y sobre nuestro presente, futuro y posteridad.
[1] Véase: Hugh C. White, “Introduction: Speech Act Theory and Literary Criticism,” Semeia, 41 (1987): 1-24. Este número de la revista Semeia provee ocho artículos y dos bibliografías anotadas acerca de la teoría de los actos del habla y su aplicación al estudio de la Escritura. Eugene Botha, “Speech Act Theory and Biblical Interpretation,” Neotestamenica 41, no. 2 (2007): 274-294.
[2] Steven T. Mann. Run, David, Run! An Investigation of the Theological Speech Acts of David’s Departure and Return (2 Samuel 14–20). Siphrut: Literature and Theology of the Hebrew Scriptures, vol. 10 (Winona Lake, IN: Eisenbrauns, 2013), 49-57.
[3] Steven T. Mann. Run, David, Run!, 133-155.