¿Libre al fin?: El caso de San Simeón Estilitas y otros guerreros contra el pecado y la tentación

Felix Hadid Cortez

sábado 21 de marzo, 2015

¿Qué estarías dispuesto a hacer para liberarte del pecado? Hace algunos años tuve la oportunidad de visitar en Grecia un lugar realmente sorprendente llamado Meteora. (Puedes ver fotos al buscar "meteora greece" en Google.) Existen allí 6 monasterios ortodoxos muy singulares que fueron construidos en las cimas de pilares de roca natural que se elevan hasta 550 metros de altura. En el siglo 9 d.C., un grupo de monjes ermitas empezaron a vivir en los hoyos y fisuras que se encuentran en esas torres de roca inaccesibles. Su propósito era vivir una vida de santidad lejos del mundo y la tentación.

El primero de los ermitas en la historia del cristianismo fue Pablo de Tebas en el siglo 3 d.C., pero es difícil distinguir entre la verdad y la leyenda en su historia. Jerónimo cuenta que Pablo de Tebas se retiró a los 16 años de edad al desierto donde permaneció por 113 años siendo alimentado por un cuervo hasta que San Antonio lo encontró y reveló su existencia al mundo.[1] San Antonio mismo, el verdadero padre del monasticismo, se retiró al desierto donde vivió 35 años en combate sin tregua contra el Diablo. El más colorido, sin embargo, fue San Simeón Estilitas quien después de enterrarse por algunos meses hasta el cuello se sentó sobre un pilar de 60 pies de altura donde permaneció muy por encima del mundo y la tentación hasta su muerte 36 años después. Infestado de piojos y otros parásitos indeseables realizaba ejercicios asombrosos en la punta del mástil. Se dice que en cierta ocasión tocó su cabeza con los pies más de 1244 veces sin interrupción.[2] ¿Lograron ellos, sin embargo, solos en el desierto, liberarse del pecado y la tentación? ¿Qué es lo que quiere decir el Apóstol Pablo cuando afirma que hemos sido liberados por Cristo? ¿Cómo se ve y cómo se siente esa libertad?

Pablo afirma que los creyentes hemos sido liberados de la esclavitud al pecado, al que describe como un gobernante tiránico que mantiene a la humanidad bajo su dominio (Rom 3:9; Gal 3:22). El pecado utiliza cuatro agentes para dominar a la humanidad: la ley, la carne, los demonios, y la muerte. Somos verdaderamente libres, cuando Cristo nos libera de estos cuatro agentes del pecado.[3]

 

Libres de la maldición de la ley

Todos aquellos que hemos pecado en algún momento de nuestra vida estamos bajo la maldición de la ley. Debido a que el castigo por el pecado es la muerte (Rom 6:23), todos los pecadores estamos sentenciados a muerte. Mientras esperamos el cumplimiento de esa sentencia, todos estamos "en una cárcel de alta seguridad" de la que no podemos escapar.

Esta "cárcel de alta seguridad" es otro aspecto de la maldición de la ley que muchos desconocen. El apóstol Pablo dice que el Pecado (o Satanás) utiliza la ley para producir más pecado y destruirnos (Rom 7:7–13; 1 Cor 15:56). Cuando Cristo murió por nosotros nos liberó de la maldición de la ley en dos sentidos: nos liberó tanto de la sentencia de muerte como del poder destructivo de la ley.

 

Libres de la carne

Te preguntarás, ¿cómo es posible que la ley, descrita por Pablo como "santa, justa y buena" (Rom 7:12), sea un agente del mal para nuestra destrucción? El problema no está en la ley misma, sino en nuestra naturaleza pecaminosa o, para usar los términos de Pablo, en nuestra naturaleza carnal. Cuando la ley le dice al pecador (el hombre carnal) "no codiciarás," realmente lo incita a codiciar (Rom 7:7–11). Es como si le pusiera una botella de alcohol en la mano a quien es adicto al alcohol y le dijera "no tomes."

Cuando Cristo resucitó obtuvo el derecho de volvernos a crear (2 Cor 5:14–17) y eso es lo que hace cuando nos da su Santo Espíritu. Quien recibe el Espíritu de Dios ya no es un ser "carnal" sino "espiritual." Ahora tiene el poder de cumplir la ley de Dios (Rom 8:1–10).

 

Libres de los demonios

Los pecadores están bajo el poder de Satanás a quien sirven consciente o inconscientemente (Eph 2:1–10; 6:10–18; Heb 2:14–18). Sin embargo, Cristo venció a Satanás y a sus ángeles en la cruz (Col 2:13–15) y los hizo sus cautivos (Eph 4:7–13). Esta victoria se consumó cuando Jesús ascendió al cielo y se sentó a la diestra del Padre inaugurando el reino de Dios en esta tierra. Satanás ya no es el "príncipe de este mundo." Ahora podemos, si lo deseamos, pertenecer al reino de Dios.

 

Libres de la muerte

Debido a que la paga del pecado es muerte, los pecadores están bajo el dominio de la muerte. Al morir por nosotros, Cristo pagó nuestra deuda y por lo tanto nos liberó de la muerte (Rom 6:23; Heb 2:14–16). Cristo vendrá por segunda vez para darnos "vida eterna" y así nos librará de la muerte para siempre. Esto no quiere decir que seremos esclavos de la muerte hasta la segunda venida de Cristo. Cuando tú y yo aceptamos a Jesús la muerte pierde su poder sobre nosotros. Recuerda que los cristianos no mueren, sólo "duermen" en Cristo porque pronto despertarán (1 Tes 4:13–17).



[1]
Philip Schaff, History of the Christian Church (New York: Scribner, 1910), 2: Capítulo IX.

[2]George R. Knight, The Pharisee's Guide to Perfect Holiness: A Study of Sin and Salvation (Boise, Idaho: Pacific Press, 1992), 75–76.

[3]J. K. Chamblin, "Freedom, Liberty," Dictionary of Paul and His Letters (ed. Gerald F Hawthorne y Ralph P. Martin; Downers Grove, Il.: InterVarsity, 1993).