Mirar a la muerte cara a cara

Daniel Nae

sábado 28 de noviembre, 2015

 Imagínate que estás frente al pelotón de fusilamiento, con los ojos vendados, esperando el disparo fatal. Los pocos segundos de vida que te quedan concentran, seguramente, de una manera tan intensa, dramática, recuerdos, sueños y dilemas de toda tu existencia. Si te consideras inocente, la indignación hierve en tu alma como un volcán antes de erupción. Si sabes muy bien que eres culpable, el remordimiento inunda tu corazón. En cualquier situación, probablemente imploras a Dios el milagro de una nueva oportunidad. ¿Qué harías con tu vida si recibirías, al último momento, como Dostoievski, la noticia que has sido indultado?1

 Nos cuesta imaginarnos condenados a muerte, ¿verdad? ¿Quién sufre hoy la indigna pena capital? Los odiados dictadores, como Nicolae Ceaucescu o Saddam Husein, los asesinos en serie, los violadores… Nosotros somos ciudadanos respetables, profesionales competentes, miembros fieles de la Iglesia. Miramos en el espejo en la mañana y lo último que nos puede ocurrir es considerarnos personas malas! Pero esta es la tragedia espiritual que vivimos muchos de nosotros: ni nos damos cuenta que somos desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos (Apocalipsis 3:17), pecadores dignos de muerte. Reconocemos fácilmente que Jesucristo murió por los grandes pecadores, pero ¿debería morir por mí? ¿Hice algo digno de muerte? ¿Cómo me puedo dar cuenta que soy un pecador?

Primero, en relación con la ley de Dios (Romanos 3:20). Normalmente definimos el pecado como la trasgresión de los diez mandamientos, y es correcto, porque es bíblico (Juan 3:4), sin embargo nos cuesta ver la gravedad de cualquier pecado, condenado por la ley de Dios, y relacionarlo con la muerte de Cristo. Si, por el asesinato, nos parece lógico que una persona sufra la pena de muerte, pero, al pasar del quinto mandamiento, empezamos a tener dudas. ¿Es lo mismo con el adulterio, el robo, la mentira y, especialmente, con la codicia? La sociedad occidental se escandaliza cuando alguien está apedreado por adulterio en un país árabe, así que parase casi sin sentido preguntarnos: ¿debería morir alguien por la codicia?

Segundo, en relación con la santidad de Dios (Isaías 6:1-5). Normalmente nos comparamos con otros, evidentemente más pecadores que nosotros. ¿Cuándo te cruzo la mente, como una estrella fugaz el cielo en la noche clara, el pensamiento vergonzoso: “En comparación con este desgraciado, me siento un santo! Una visión de la majestad y de la santidad de Dios nos sacude: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros…” Isaías 6:5

Tercero, en relación con la cruz (Juan 12:32). ¿Qué tan grave debe ser el pecado que ha determinado la muerte ignominiosa de un ser inocente, y no cualquier persona, sino el Hijo de Dios, en una cruz?2 No podemos explicar la aparición del pecado, es un misterio, sin embargo podemos comprender su gravedad cuando contemplamos a Cristo crucificado. Si el deseo de ser independiente, un acto de rebeldía, que originó en el cielo con Lucifer, sin embargo ha sido consentido por el ser humano, por ti y por mí, ha causado la muerte violenta de Jesús, entonces el pecado debe ser horrible, aún cuando es odio o codicia (Mateo 5:22. 27). Y si Cristo murió por estos pecados, entonces soy digno de la pena capital, aunque no he matado a nadie físicamente! Sin embargo, el milagro de un amor que no puedo comprender es que Jesús acepto la muerte en mi lugar. ¿Cómo debería vivir después de ver la muerte cara a cara? ¿Cómo debería considerar el pecado?

No con mucho tiempo atrás, una amiga de nuestra familia, que aceptó, después de treintaycinco años de estar fuera de la Iglesia, el sacrificio expiador de Cristo, nos comentó que no puede disfrutar más las películas que antes le emocionaba tanto. Dijo: “¿cómo podría deleitarme más en los pecados, como adulterio y adulterio, por los cuales Cristo tuvo que morir?” ¿Qué le había pasado a esta cristiana? La muerte de Cristo, en su lugar, le había cambiado la perspectiva del pecado. Lo que le parecía antes atractivo, ahora está odiando, porque ha causado la muerte cruel de Jesús. ¿Te deleitas todavía en el pecado o lo odias?
 

 

1El novelista ruso Fiodor Dovtoievski fue condenado a muerte, por la supuesta conspiración contra el zar Nicolás I. Al punto de ser ejecutado por un pelotón de fusilamiento, recibió la noticia que la pena capital se conmutó por cuatro años de prisión en Siberia. No sabía en este momento que el fusilamiento era un simulacro, sin embargo su vida nunca ha sido la misma después de esta experiencia.

 

 

2La cruz es hoy un símbolo bonito y elegante del cristianismo, sin embargo en el tiempo de Jesús era tan desgraciada que no se permitía que un ciudadano romano muriera crucificado.