"¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y lo pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo antiguo? Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir" Isaías 44:7.

EL LLAMAMIENTO DE ISAÍAS

lunes 22 de agosto, 2011

Mientras Oseas, Amós y Miqueas advertían a Israel de su peligro inminente, Judá parecía prosperar bajo el reinado de varios reyes buenos. El rey Uzías (también conocido como Azarías) era respetado entre las naciones por su sabio liderazgo (ver 2 Crónicas 26:1-15). Pero, como sucede a menudo, su éxito fue su caída. La humildad fue reemplazada por el orgullo; y la devoción, por la presunción (ver los versiculos 16-21).

La gente de Judá también parecía prosperar espiritualmente. Los servicios del Templo eran bien concurridos, con fervor religioso. No obstante, muchos de los mismos males que afligían a Israel corrompían a Judá. En ese momento el Señor llamó a Isaías a su obra especial.

Lee Isaías 6:1 al 8. ¿Por qué crees que Isaías respondió así (versiculo 5) al ver una visión de Dios? ¿Qué importante verdad "teológica" se revela aquí?

Trata de imaginarte la reacción de Isaías al recibir esta revelación de la gloria de Dios. De repente, ve sus propios pecados y los pecados de su pueblo frente a la pureza sin mancha y la santidad majestuosa del Dios todopoderoso. ¡No es extraño que reaccionara como lo hizo! ¿Alguien podría reaccionar en forma diferente?

Aquí vemos una verdad fundamental con respecto al estado de la humanidad, en contraste con la santidad y la gloria de Dios. Vemos una actitud de arrepentimiento, una disposición a reconocer la pecaminosidad propia y su necesidad de gracia.

Piensa cómo serían nuestros servicios de adoración si los adoradores sintieran haber estado en la presencia del Dios santo, quien nos hace conocer nuestra propia pecaminosidad, y la necesidad de su gracia salvadora y su poder purificador. Imagínate si los cantos, la liturgia, la oración y la predicación actuaran juntos de una manera que nos condujera a la fe, al arrepentimiento, a la purificación y a estar dispuestos a clamar: "Heme aquí, envíame a mí". De eso se trata la adoración.

Imagínate parado en la presencia física de Jesús. ¿Cuál sería tu reacción? ¿Qué dirías? ¿Qué harías? ¿Qué opinas en relación con su promesa registrada en Mateo 28:20? ¿Qué significa para nosotros hoy esa promesa?