“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23).

ADORAR A SUS PIES

jueves 08 septiembre, 2011

A lo largo de la historia del cristianismo, la iglesia se ha dividido sobre el tema de la divinidad de Cristo. ¿Fue Jesús verdaderamente Dios eterno, uno con el Padre desde la eternidad? ¿O fue creado más tarde, y llegó a la existencia por medio del poder creativo del Padre?

Temprano en nuestra iglesia, existió alguna confusión en cuanto a este asunto, y Elena de White hizo muy claro, hace años, cuál era su posición, que, como iglesia, hemos aceptado plenamente hoy.

"‘Y será llamado su nombre Emmanuel [...]. Dios con nosotros'. ‘La luz del conocimiento de la gloria de Dios' se ve ‘en el rostro de Jesucristo'. Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era ‘la imagen de Dios', la imagen de su grandeza y majestad, ‘el resplandor de su gloria'. Vino a nuestro mundo para manifestar esta gloria. Vino a esta tierra oscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios, para ser ‘Dios con nosotros'. Por lo tanto, fue profetizado de él: ‘Y será llamado su nombre Emmanuel'" (DTG 11).

¿Qué nos enseñan estos textos acerca de la divinidad de Cristo? Mateo 2:11; 4:10; 9:18; 20:20; Marcos 7:7; Lucas 24:52; Juan 9:38.

Jesús fue muy claro en su respuesta a Satanás (Mateo 4:10), que solo se debe adorar a Dios. Esto lleva a un punto importante: Cristo nunca rehusó la adoración de la gente. No hay ningún ejemplo en el que la gente lo haya adorado y Jesús les dijera: No me adoren a mí, dirijan su adoración solo hacia el Padre. De hecho, lo opuesto es el caso.

Lee Lucas 19:37 al 40. ¿Qué nos indica la respuesta de Jesús a los fariseos acerca de su actitud hacia los que lo adoraban?

El punto aquí es para reiterar el mismo tema: Jesús debe ser el centro y el foco de toda nuestra adoración. Cada canto, cada oración, cada sermón, todo lo que hagamos, debe dirigir nuestras mentes hacia Cristo, el Dios encarnado que se ofreció a sí mismo como sacrificio por nuestros pecados. La adoración que nos deja con un sentido de respeto, amor y reverencia por nuestro Señor es adoración que sin duda es agradable a Dios.

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