“Exaltad a Jehová nuestro Dios, y postraos ante su santo monte, porque Jehová nuestro Dios es santo” (Salmos 99:9).
CUANDO HABLAN LOS DEMONIOS
Lee Lucas 4:31 al 36. ¿Qué testimonio se da allí de la santidad de Cristo? ¿Por qué es importante que haya sido ese ser quien dio el testimonio? ¿Qué lecciones puedes obtener de este incidente acerca de la santidad de Dios?
Los demonios, que son ángeles caídos, saben quién es Jesús, y aun ellos –en su odio, rebelión y malicia– se ven obligados a reconocer que él es santo. Nota que temían que Cristo los destruyera. ¿Por qué ese temor? Debe ser porque, llenos de pecado, aun los demonios temen la santidad de Dios, así como los seres humanos.
En el Apocalipsis, Juan describe una visión de Dios. Lee Apocalipsis 1:12 al 17. Juan, el apóstol que más sintió el amor de Dios, al encontrarse con el Dios santo, respondió como los del Antiguo Testamento. Además, los seres celestiales adoran a Dios en el Santuario celestial en forma similar al cuadro descrito por Isaías siglos antes, en una visión (ver Isaias 6:1-3).
¿Qué oyó Juan que decían los seres celestiales alrededor del trono? Apocalipsis 4:8, 9.
Aunque Dios es amor y los seres celestiales lo adoran alrededor de su trono, el canto de adoración no es: "Dios es amor, amor, amor", ni: "Dios es bueno, bueno, bueno". En cambio, estos seres exclaman: "Santo, santo, santo es el Señor Dios todopoderoso". Aunque todo el Cielo está involucrado en el ministerio del amor de Dios y la salvación para este mundo, los seres celestiales alaban la santidad de Dios. Como seres sin pecado, se maravillan ante su santidad, pero no se esconden con temor, como lo hacen los seres caídos.
En las Escrituras, en todos los encuentros humanos con lo divino, no hay sugerencias de que Dios produzca temor. Lo que vemos es que, frente a su santidad, los seres humanos se ven como realmente son. Y eso es temible. En la Biblia, cuando las personas se encuentran con Dios, no hay aplausos ni cantos frívolos, sino un arrepentimiento personal profundo. Cada uno admite su culpa personal, sin excusas y sin referirse a otras personas. Cuán diferentes serían nuestras palabras, vidas y actos si todos viviéramos con el sentido constante, no solo de la presencia de Dios, sino también de su santidad.