“Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (1 Corintios 9:19).

PABLO, EL “PREDICADOR CALLEJERO”

miércoles 18 julio, 2012

En el mundo grecorromano del siglo I, hubo muchos filósofos populares que, en foros públicos, procuraban influir sobre las personas, algo parecido a como hacen hoy los predicadores callejeros.

Ellos creían que la gente tenía una capacidad interna para cambiar sus vidas (una forma de conversión). Los filósofos usaban discursos públicos y conversaciones personales, esperando producir cambios en sus oyentes, y creando dudas acerca de sus ideas y prácticas actuales. Así, los oyentes estarían abiertos a nuevas ideas y cambios. La meta última era aumentar la confianza propia y el crecimiento moral.

Tales filósofos populares debían ganar el derecho de hablar si primero lograban la libertad moral en sus propias vidas. "Médico, cúrate a ti mismo" era un dicho bien conocido en el mundo antiguo.

Estos filósofos también variaban el mensaje para satisfacer diversas mentalidades, y veían la importancia de retener la integridad tanto en el carácter del maestro como en el mensaje que enseñaban.

Hay muchas semejanzas entre estos maestros populares y la obra de Pablo, quien también viajaba y trabajaba en lugares públicos (Hechos 17:17; 19:9, 10).

Pero, había dos diferencias importantes. Primera, Pablo no solo trabajaba en lugares públicos; también procuraba formar una comunidad duradera. Esto requería una separación del "mundo", junto con la formación de vínculos emocionales y un gran compromiso con el grupo. Segunda, Pablo enseñaba que la conversión no era una decisión interior, lograda por discursos sabios, sino una obra sobrenatural de Dios desde fuera de la persona (ver Gálatas 4:19; Juan 3:3-8; Filipenses 1:6). La enseñanza de Pablo no era una filosofía, sino una proclamación de la verdad y una revelación de la poderosa obra de Dios en la salvación de la humanidad.

El lado oscuro de los filósofos populares era que les resultaba fácil ganarse la vida. Muchos eran charlatanes, nada más. Otros explotaban sexualmente a sus oyentes. Aunque había maestros honrados, en el mundo antiguo había mucho cinismo con respecto a ellos.

Pablo procuraba evitar ese cinismo rehusando el apoyo de sus oyentes y, en cambio, trabajando en una labor manual para sustentarse. Esto, junto con sus sufrimientos, demostraba que realmente creía lo que predicaba, y que no lo hacía por ganancia personal. De muchos modos, la vida de Pablo fue el sermón más poderoso que podía predicar.

Más de ESU