En el principio creó Dios los cielos y la tierra
(Gén. 1:1)
EL CREADOR ENTRE NOSOTROS
Lee Juan 2:7-11; 6:8-13; y 9:1-34. ¿Qué revelan estos textos acerca del poder creador de Dios?
Cada uno de estos milagros nos da una vislumbre del poder de Dios sobre el mundo material que él mismo creó.
Primero, ¿qué clase de proceso se requeriría para cambiar el agua directamente en vino? No conocemos ninguno. Es decir, se requirió un acto fuera de las leyes naturales conocidas para hacer lo que Jesús hizo.
En el milagro de los panes y los peces, Jesús comenzó con cinco panes y dos pececillos, y terminó con suficiente como para alimentar una multitud y que sobraran doce canastas. Toda la comida estuvo hecha de átomos y moléculas. Al final, hubo muchos más átomos y moléculas de comida que cuando Jesús comenzó a alimentar a la multitud. ¿De dónde vinieron las adicionales, sino de la intervención sobrenatural de Dios?
Además, ¿qué cambios ocurrieron al ciego cuando fue sanado? Era ciego de nacimiento; por eso, su cerebro nunca había sido estimulado para formar imágenes de los mensajes enviados a través del nervio óptico. Así, su cerebro tenía que ser reprogramado para procesar la información entrante, formar imágenes, e interpretar su significado. Además, había algo mal en el ojo mismo. Tal vez algunas moléculas fotoreceptoras fueron formadas incorrectamente como resultado de una mutación en su ADN. Quizás, una mutación ocurrió en los genes que controlan el desarrollo de partes del ojo: la retina, el nervio óptico, el cristalino, etc. O tal vez, ocurrió algún daño mecánico que impidió que el ojo funcionara adecuadamente.
Cualesquiera fueran los detalles de la ceguera del hombre, las palabras de Jesús hicieron que se generaran moléculas en los lugares apropiados, receptores funcionales, conexiones neuronales y células cerebrales, de tal modo que la luz que entrara en el ojo formara una imagen, y el hombre tuviera la capacidad de reconocer imágenes que nunca antes había visto.
Los milagros son maravillosos cuando ocurren, ¿pero cuál es el peligro de hacer que nuestra fe dependa de ellos? Entonces, ¿de qué debe depender nuestra fe?