“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”  Miqueas 6:8.

LOS QUE MAQUINAN INIQUIDAD

lunes 13 de mayo, 2013

Lee Miqueas 2:1 al 11 y el capítulo 3. ¿Cuáles son los pecados que amenazan con traer juicios sobre este pueblo?

“La ascensión de Acaz al trono puso a Isaías y a sus compañeros frente a condiciones más espantosas que cualesquiera que hubiesen existido hasta entonces en el reino de Judá. Muchos que habían resistido anteriormente la influencia seductora de las prácticas idólatras se dejaban persuadir, ahora, de tomar parte en el culto de las divinidades paganas. Había en Israel príncipes que faltaban a su cometido; se levantaban falsos profetas para dar mensajes que extraviaban; hasta algunos sacerdotes estaban enseñando por precio. Sin embargo, los caudillos de la apostasía conservaban las formas del culto divino, y aseveraban contarse entre el pueblo de Dios.

“El profeta Miqueas, quien dio su testimonio durante aquellos tiempos angustiosos, declaró que los pecadores de Sion blasfemaban al aseverar que se apoyaban ‘en Jehová’, y que, mientras edificaban ‘a Sion con sangre, y a Jerusalén con injusticia’, se jactaban así: ‘¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros’ (Miqueas 3:10, 11)” (PR 238).

Uno de los problemas constantes que la nación hebrea afrontó era el engaño de que su situación especial como pueblo de Dios –su conocimiento del verdadero Dios, a diferencia de la necedad de la idolatría pagana (ver Salmos 115:4-9)– los hacía de algún modo inmunes a la retribución divina. Sin embargo, la terrible verdad era que, precisamente porque tenían una situación especial delante de Dios, eran tenidos por mucho más culpables por sus pecados. Una y otra vez, tal como en el libro de Deuteronomio, Dios les advirtió que todas las bendiciones, la protección y la prosperidad que serían de ellos estaban condicionadas a la obediencia a sus mandatos, como se ve en esta advertencia: “Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparte tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos” (Deuteronomio 4:9).

Por más que tratemos de engañarnos, ¿de qué manera nosotros, como adventistas, con tanta luz, estamos en peligro de cometer el mismo error?