“Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos” Hageo 2:8.
¡No temáis!
Hageo 2:1 al 5 presenta una consecuencia interesante del gran reavivamiento que sucedió en el pueblo de Dios. Cerca de un mes después de reiniciado el trabajo, Dios envió un mensaje animador al remanente que había decidido, sin recursos apropiados, reconstruir la casa de Dios. Hageo les preguntó a los ancianos cómo se comparaba el templo actual con el anterior al exilio. Claramente, el aspecto en ese momento no era comparable con la gloria anterior. La gente podría haberse desanimado ya que no podían duplicar el esplendor del templo de Salomón.
El profeta animó a la gente a seguir trabajando porque el Espíritu de Dios estaba con ellos. Invitó a todo el remanente a ser fuerte y a trabajar con diligencia porque la presencia del Omnipotente Dios estaba en su medio. Las palabras de Hageo a los líderes, “¡Sed fuertes! ¡No temáis!”, suenan como las palabras de Dios a Josué después de la muerte de Moisés (Josué 1:5-9). Cuanto más pequeños eran los recursos de Israel, tanto mayor era su necesidad de tener fe en Dios. El profeta declaró que Dios haría que la gloria posterior de este templo fuera mayor que la anterior. Eso fue cierto solo porque Uno mayor que el templo estuvo en él (ver Mateo 12:6).
La presencia del Espíritu confirmó la continuidad del reino de Dios en Israel. El Espíritu de Dios, que había guiado a Moisés, a los ancianos y a los profetas con mensajes inspiradores, estaba en medio del remanente. La respuesta piadosa de los líderes y del pueblo testificó de la reforma espiritual que ocurrió. El Espíritu estaba presente al renovarlos y al llevarlos más cerca de Dios. La presencia del Espíritu también les garantizaba abundantes bendiciones. El profeta animó a los miembros de la comunidad a seguir las promesas divinas hasta su cumplimiento.
Hageo ministró la Palabra de Dios a la gente que conocía la dureza de la vida y el chasco por esperanzas no cumplidas. Dirigió su atención a Dios, quien es fiel y de quien dependen los ciudadanos responsables de su reino, que perseveran en el bien hacer, y que encuentran el verdadero significado y propósito de sus vidas.
Un hombre de 35 años que había abandonado su creencia en Dios escribió una nota de suicidio de 1.900 páginas antes de matarse. En su nota, escribió: “Cada palabra, cada pensamiento y cada emoción se resume en un problema central: la vida no tiene significado”. ¿De qué manera no es solo nuestra creencia en Dios, sino nuestra disposición a obedecerlo, lo que da significado a nuestras vidas?