"Defiende mi causa, y redímeme; vivifícame con tu palabra" Salmos 119:154

JESÚS Y LA PALABRA

martes 16 de julio, 2013

¿De qué modo las funciones de la Palabra de Dios y del Espíritu de Dios son similares? Lee Juan 5:39; 16:14, 15.

La Palabra de Dios y el Espíritu Santo dan testimonio de Jesús. El Espíritu nos conduce a una experiencia más profunda con Jesús por medio de su Palabra. El propósito del Espíritu Santo en el reavivamiento no es manifestarse por señales y milagros sobrenaturales, sino exaltar a Jesús por su Palabra. El bautismo del Espí­ritu Santo no es darnos poder para hacer milagros, sino que es el poder de Dios para transformar nuestras vidas, y de eso se trata el reavivamiento y la reforma.

La Palabra de Dios sienta las bases de todo reavivamiento genuino. Nuestra experiencia surge de comprender la Palabra de Dios. Nuestra alabanza y nuestra adoración brotan de nuestras mentes saturadas con la Palabra. Una vida trans­formada es el mayor testimonio de un verdadero reavivamiento.

Sentimientos de alabanza pueden acompañar al reavivamiento, pero nunca son la base del reavivamiento. Cualquier así llamado "reavivamiento" basado sola­mente en sentimientos o experiencias externas puede ser superficial, o engañoso. Es una ilusión de espiritualidad, no piedad genuina. Cuando el reavivamiento está basado en la Palabra de Dios, es duradero y produce una diferencia en nuestra vida y en la vida de la gente.

La historia de Jesús y los dos discípulos en el camino a Emaús revela el papel de la Biblia en el inicio de un verdadero reavivamiento. Estos seguidores de Cristo estaban confundidos, pero él "les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían" (Luc. 24:27). Repitió las profecías del Antiguo Testamento referentes al Mesías. Jesús podría haber realizado un milagro para demostrar su identidad, o haber mostrado las cicatrices en sus manos. No lo hizo. En cambio, les dio un estudio bíblico.

Nota lo que dijeron al reflexionar sobre lo ocurrido. "Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?" (Luc. 24:32).

¡Qué ejemplo de verdadero reavivamiento!

¿Por qué no podemos confiar en nuestros sentimientos? ¿Cómo pueden engañar­nos nuestros sentimientos? ¿Qué lugar tienen nuestros sentimientos en el caminar con Dios, y qué lugar no tienen?