"Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra." Hechos 1:8

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lunes 22 julio, 2013

La misión de compartir su amor y su verdad con todo el mundo debe haberles parecido abrumadora a esos pocos discípulos. El desafío era enorme; la tarea, inmensa. Su realización en el espacio de su vida les habrá parecido imposible (como puede parecemos a nosotros). Se estima que la población del Imperio Romano en el siglo I era de unos 180 millones. En el aposento alto se reunieron, en el día de Pentecostés, 120 creyentes, lo que da una proporción de casi un cris­tiano por cada millón y medio de habitantes. Desde un punto de vista humano, el mandato de predicar el evangelio al mundo parecía impensable.

Lee Hechos 2. ¿Cuáles fueron los resultados del derramamiento del Espíritu Santo en la misión de la iglesia primitiva?

El resultado fue asombroso: una explosión de crecimiento. Se convirtieron decenas de miles. El mensaje del amor de Jesús fue llevado a los rincones más lejanos del Imperio.

Plinio el Joven, gobernador romano de Bitinia (costa norte de Turquía), es­cribió al emperador Trajano alrededor del año 110 d. C. Describió las tareas que realizaba para encontrar y ejecutar a los cristianos: "Muchos de toda edad, de toda clase social, aun de ambos sexos, son traídos a juicio. No solo han invadido las ciudades sino también las aldeas y aun las áreas rurales con la infección de esta superstición" (Christianity).

Esta cita revela que, en unas pocas décadas, el cristianismo había invadido casi cada nivel de la sociedad, aun en las provincias remotas.

Noventa años más tarde, alrededor del año 200 d.C., Tertuliano, un abogado romano convertido al cristianismo, escribió una carta desafiante a los magistrados romanos defendiendo el cristianismo. Se jactaba de que "casi todos los ciudadanos de todas las ciudades son cristianos".

La historia descrita en Hechos es la de una iglesia reavivada, comprometida a testificar para su Señor. El reavivamiento espiritual siempre conduce a una testificación apasionada. Compartir es el resultado natural de una vida transfor­mada. Jesús dijo a sus discípulos: "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres" (Mat. 4:19). Cuanto más de cerca sigamos a Jesús, más nos interesa­remos en lo que a él le interesa. Si tenemos poco interés en compartir su amor con otros, puede ser porque estamos siguiéndolo a la distancia, y necesitamos un reavivamiento personal.

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