“Tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, su oración y su súplica, y les harás justicia”
1 Reyes 8:49
EL ATRIO
Lee Salmo 11:4-7 y Habacuc 2:20. ¿Qué otra cosa hace Dios en su Templo celestial, y por qué es importante que sepamos esto?
Muchos salmos revelan que Dios no es indiferente a las necesidades de los justos, o a las injusticias que a menudo afrontan. Él reaccionará ante los problemas que necesitan solución, y los resolverá “absolviendo al inocente, y condenando al culpable”, como lo haría cualquier buen juez (Deut. 25:1, NVI).
Cuando Dios juzga, el lugar donde está el trono llega a ser un tribunal; y el Trono celestial, el asiento del Juez. El que está en el Trono es el que juzga (ver Sal. 9:4-8), un concepto conocido en el antiguo Cercano Oriente, donde los reyes a menudo actuaban también como jueces.
El juicio divino involucra tanto a los malvados como a los justos. Mientras que los culpables reciben un castigo similar al que recibieron Sodoma y Gomorra, los rectos “mirarán su rostro” (Sal. 11:6, 7). La combinación clásica del trono y del juicio aparece en Daniel 7:9-14 (un pasaje importante, que estudiaremos más tarde). Allí también, el juicio consta de dos momentos: un veredicto de vindicación para los santos, y una sentencia de condenación para los enemigos de Dios.
En el libro de Habacuc, después de que Habacuc le pregunta a Dios por qué guarda silencio acerca de la injusticia (Hab. 1), Dios responde que él ciertamente juzgará (Hab. 2:1-5). Mientras que los ídolos no tienen “aliento”, o “espíritu” (Hab. 2:19), el Dios creador está en su trono en su templo, el Santuario celestial, y está listo para juzgar.
La apelación profética es: “Guarde toda la tierra silencio en su presencia” (Hab. 2:20, NVI). La actitud apropiada hacia el gobierno y el juicio de Dios es un silencio reverente y una conducta sosegada.
El lugar en el que Dios revela su presencia y donde los seres celestiales lo adoran es el mismo lugar donde está realizando juicios justos para todos los seres humanos: el Santuario celestial. Dios es justo, y todas nuestras preguntas acerca de la justicia serán respondidas en el tiempo de Dios, no en el nuestro.
Por mucho que clamemos por justicia, a menudo no vemos justicia en la actualidad. ¿Por qué, entonces, tenemos que confiar en la justicia de Dios? Sin aquella promesa, ¿qué esperanza tenemos?