“Los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el Tabernáculo, diciéndole: Mira haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” Heb. 8:5
LA IGLESIA COMO SANTUARIO
Después de la ascensión de Cristo al cielo y su investidura como Sumo Sacerdote en el Santuario celestial, el templo que estaba sobre la tierra ya no tenía ningún propósito real en el plan de salvación (Mat. 27:50, 51). Sin embargo, Dios todavía procura morar entre su pueblo en la tierra, lo que ahora es posible por medio del Espíritu Santo. Los apóstoles usaron las imágenes del templo para transmitir esta verdad.
Lee 1 Corintios 3:16, 17; 6:19, 20; 2 Corintios 6:16; y Efesios 2:19-22. Nota las imágenes del templo en estos textos. ¿Qué verdad nos enseña la Biblia?
En 1 Corintios 3:16, 17, Pablo habla a la iglesia como una unidad corporativa, y le presenta temas del templo como propiedad (1 Cor. 3:16) y como algo santo (1 Cor. 3:17). Aplica los mismos principios, en 1 Corintios 6:19, 20, al creyente individual. Como un templo, los creyentes están en Tierra Santa y, como tal, bajo la obligación divina de vivir en santidad. Pablo usó imágenes del templo para enfatizar su llamado a una vida pura y santa, que en este contexto él identifica como pureza sexual por sobre la inmoralidad (1 Cor. 6:15-18). Una referencia posterior de Pablo identifica a la iglesia como un santuario divino. No hay terreno común entre los creyentes y los incrédulos (2 Cor. 6:14-7:1), pues la iglesia está en una relación de pacto con Dios, y es exclusivamente de él (2 Cor. 6:18).
Al mismo tiempo, la iglesia no es solo el templo de Dios sino también un sacerdocio santo (1 Ped. 2:5, 9). Sin duda, al tener un privilegio como este, siguen importantes responsabilidades. Cuán vital es que rindamos nuestra vida con fe y obediencia a Dios, quien nos ha dado tanto y quien, por lo tanto, pide mucho de nosotros a cambio.
Por supuesto, somos salvados por la justicia de Cristo, que nos cubre completamente. Sin embargo, por lo que Cristo nos ha dado por gracia, ¿qué pide Dios de nosotros a cambio? Y aún más importante, ¿cómo podemos hacer bien lo que él pide de nosotros?