“Vi volar por en medio del cielo a otro ángel que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”
Apocalipsis 14:6 y 7
¡TEMED A DIOS!
El mensaje del primer ángel nos dice que debemos “temer a Dios”. ¿Qué significa esto? Ver Sal. 34:7 al 22.
El temor se puede entender de dos maneras. Primero, hay un temor que se muestra en reverencia y respeto. Esta es la clase que el primer ángel quiere traer a nuestra atención. Los que temen a Dios son verdaderos creyentes en él (Apoc. 11:18). Temer a Dios significa honrarlo (Apoc. 14:7), alabarlo (Apoc. 19:5), serle obedientes (Apoc. 14:12) y glorificar su nombre (Apoc. 15:4). El temor de Dios, en el mensaje del primer ángel, también reconoce a Dios como Juez y como Creador, y nos llama a adorarlo como tal.
Segundo, hay un temor en el sentido de tener miedo, porque más temprano o más tarde Dios juzgará a este mundo. Para los infieles, el mensaje del juicio es un mensaje de terror. Por esto, a menudo llamamos a los mensajes de los tres ángeles la última advertencia de Dios al mundo. En la misma idea de una advertencia hay algo que se debe temer; si leemos acerca de lo que afrontan los perdidos, realmente tienen algo que temer.
Sin embargo, mientras la misericordia esté disponible, Dios siempre desea animar a los perdidos al arrepentimiento, y el temor de Dios podría ser un incentivo para que comiencen a buscarlo (ver Apoc. 11:13). Aunque en última instancia una relación salvífica con Dios está basada en el amor, algunas veces la gente necesita una buena dosis de miedo para abrir sus ojos. Y si es necesaria una advertencia para lograr su atención, ¿por qué no darla?
Sabemos que “Dios es amor”, y que nada revela este amor más que la Cruz. También sabemos, que Dios ama a este mundo, y debe dolerle tremendamente ver lo que el pecado ha hecho con él. Un Dios de amor y de justicia no quedará sentado por siempre para permitir que el mal pase sin castigo. “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Heb. 10:31). ¿Cómo podemos llegar a un equi- librio correcto en la comprensión del amor de Dios hacia nosotros, y comprender su ira contra el mal que nos ha hecho tanto daño?