“Andando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando luego sus redes, le siguieron”

Marcos 1:16 al 18

UNA SOCIEDAD SIN CLASES

jueves 6 de febrero, 2014

Tal vez la característica más socialmente atractiva del cristianismo primitivo haya sido la ausencia de distinción de clases. Los muros divisorios se derrumbaron bajo el peso del evangelio. La persona común triunfó mediante Cristo. Cristo transformó lo ordinario en extraordinario. Los carpinteros y los cobradores de impuestos, los picapedreros y las reinas, los sirvientes domésticos y los sacerdotes, los griegos y los romanos, los hombres, las mujeres, los ricos y los indigentes, todos llegaron a ser iguales dentro del Reino de gracia de Cristo. En realidad, la comunidad cristiana había de ser una “sociedad sin clases”.

¿Qué enseña cada uno de los siguientes textos acerca de que todos somos humanos por igual? Considerando el trasfondo cultural de la época y el de los escritores bíblicos mismos, ¿por qué pudo no haber sido fácil para ellos captar este concepto vital?

Gálalatas 3:28 y 29.

Santiago 2:1 al 9.

1 Pedro 1:17; 2:9.

1 Juan 3:16 al 19.

Lee Hechos 2:43 al 47 y 4:32 al 37. ¿De qué manera aplicó la iglesia primitiva, en la práctica, el principio de la aceptación universal? ¿Cómo permitió la expansión del cristianismo primitivo el concepto de que Dios ama a las personas comunes, ordinarias? Al mismo tiempo, necesitamos preguntarnos: ¿Cuán bien aplicamos nosotros, individual y colectivamente, estos principios al modo en que ministramos al mundo? ¿Qué clase de cosas nos dificultan mejorar en esta área importante?