“Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?”

Juan 4:28 y 29

PUBLICANOS Y PECADORES

jueves 13 febrero, 2014

Es difícil imaginar cómo habría sido nuestro mundo si el pecado no hubiera entrado. La belleza de la naturaleza, aun después de milenios, todavía testifica de la majestad, el poder y la bondad de Dios. Nuestras mentes oscurecidas apenas pueden captar cómo habrían sido las relaciones humanas si el mundo no hubiese caído. Pero, podemos estar seguros de que no existirían las distinciones de clase, los prejuicios, y las fronteras culturales y étnicas que nos impactan.

Es triste decir que es muy difícil que, antes del regreso de Cristo, estos límites desaparezcan. Por el contrario, a medida que el mundo empeora, no hay dudas de que estas barreras también empeorarán. Sin embargo, como cristianos, debemos hacer todo lo posible para ir más allá de estas barreras que causan tanto dolor en nuestro mundo, especialmente en quienes la sociedad rechaza como las personas más degradadas.

Lee Mateo 9:9 al 13. ¿Cómo se revela aquí la esencia del verdadero cristianismo, no solo por lo que dijo Jesús sino también por lo que hizo? Concéntrate en sus palabras, tomadas del Antiguo Testamento: “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Ose. 6:6). Dado el contexto, ¿por qué debemos ser muy cuidadosos para no llegar a ser culpables de la misma actitud que Jesús condenó aquí, ya que todos somos, hasta cierto punto, criaturas de nuestras sociedades específicas, influenciadas por sus prejuicios y barreras sociales?

“Los fariseos veían cómo Cristo participaba en comidas con publicanos y pecadores. Él era tranquilo y tenía dominio propio; era bondadoso, cortés y amigable; y a pesar de que no podían menos que admirar el cuadro que se presentaba, tan diferente de su propio proceder, no podían soportar el espectáculo. Los altivos fariseos se ensalzaban a sí mismos y menospreciaban a los que no habían sido favorecidos con los privilegios y la luz que ellos habían recibido. Aborrecían y despreciaban a los publicanos y a los pecadores. Sin embargo, delante de Dios, su culpa era mayor. La luz del Cielo brillaba en su senda diciéndoles: ‘Este es el camino, andad por él’. Pero habían menospreciado la dádiva de Dios”.

“Comentarios de Elena G. de White” (CBA 5:1.063).

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