“Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”
1 Timoteo 6:10
TÉRMINOS DE PELIGRO
Lee Mateo 19:16 al 26. ¿Qué peligros espirituales se revelan en este pasaje? ¿Cómo pueden hoy los creyentes beneficiar a los “jóvenes ricos”?
Él tenía credenciales, capacidades, recursos materiales, moralidad incuestionable y una exagerada estima propia. El candidato a discípulo pidió con fervor al Maestro la fórmula para la salvación. ¿Se había sentido adulado Cristo? “¡Al fin estamos convirtiendo a las clases superiores!” Al parecer, ningún regocijo manchó el pensamiento de Cristo. Si este suplicante esperaba alguna felicitación, se chasqueó. En cambio, Cristo estableció los Diez Mandamientos como la norma mínima de obediencia. Tal vez el joven rico se había felicitado. Por su propia medición, sobrepasaba a otros. Pero Cristo, en otro lugar, había requerido que nuestra justicia excediera la que poseían los líderes religiosos. ¿Bajaría esa norma para acomodarla a este candidato? Judas se habría alegrado, o cualquiera que manejara las relaciones públicas habría estado feliz. Eso podría ayudar a su imagen pública: gente rica los apoyaba.
Sin embargo, las deficiencias espirituales no pueden minimizarse: la misión de Jesús es sagrada. Cada indulgencia egoísta debe ser entregada a él. Cristo esbozó un proceso de tres pasos: Vende tus posesiones, dáselas a los pobres, sígueme. Este era un territorio espiritualmente peligroso. Aunque joven, el posible discípulo había acumulado una fortuna importante. Casas, campos, ropa a la moda, joyas, siervos, ganado: todo pudo haber pasado por su mente. Pero los términos de Dios son inflexibles. Ni negociar ni regatear puede reducir el precio: todo para Jesús; la grandeza terrenal cambiada por los tesoros celestiales.
“¡Cuántos han ido a Cristo, listos para unir sus intereses con los de él [...] deseando fervientemente heredar la vida eterna! Pero, cuando se les presenta el costo –cuando se les dice que deben abandonar todo, casas y tierras, esposa e hijos, y no contar sus vidas como valiosas–, se alejan tristes. Quieren los tesoros del cielo, y la vida que se mide con la vida de Dios, pero no están dispuestos a abandonar sus tesoros terrenales. No están dispuestos a renunciar a todo para obtener la corona de la vida”
RH, 19 de abril de 1898