“Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”
Hechos 6:7
“¿NO HABÉIS LEÍDO...?”
Por desgracia, algunas de las personas más poderosas e influyentes con las que Jesús trató fueron los líderes religiosos de su tiempo, muchos de los cuales le fueron abiertamente hostiles.
No obstante, incluso en sus encuentros con ellos, Jesús siempre procuró ser redentor. No estaba buscando discusiones; procuraba la salvación de todas las personas, aun de los poderosos e influyentes que finalmente lo condenaron a muerte.
Lee Marcos 2:23 al 28 y 3:1 al 6, y Mateo 12:1 al 16. En estos encuentros, ¿cómo podemos ver que Jesús –a pesar de la abierta hostilidad hacia él– trataba de alcanzar a estos hombres? ¿Qué dijo e hizo, que debería haber conmovido sus corazones si no hubiesen estado tan cerrados?
Es interesante que, al tratar con estas personas, Jesús se refirió a las Escrituras e incluso a la historia sagrada, fuentes que tendrían que haber conmovido a los líderes religiosos. Jesús apeló a lo que debía ser un terreno común entre ellos. Por ejemplo, citó la Biblia cuando habló de la importancia de la misericordia por sobre el ritual. Al hacerlo, procuró llevar a los dirigentes a un significado más profundo de la Ley que ellos pretendían acariciar y sostener tan ferviente y devotamente.
En su discurso acerca de sacar a un animal de un pozo en sábado, Jesús entonces apeló a sus ideas más básicas de decencia y bondad, algo con lo que estos hombres deberían haberse identificado. El problema, sin embargo, era que su amargura y odio hacia Jesús nublaba hasta eso.
Finalmente, los milagros mismos tendrían que haber hablado poderosamente a estos líderes influyentes acerca del Hombre extraordinario que estaba entre ellos.
Es fácil, desde nuestra situación actual, mirar atrás y sorprendernos por la ceguera y dureza de esos hombres. No obstante, ¿cómo podemos estar seguros de que nosotros mismos, procurando proteger algo a lo que no queremos renunciar, no nos cerremos a recibir mayor luz de Dios? ¿Por qué hacer esto es más fácil de lo que pensamos?