“Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él”
Juan 5:46
LA CIRCUNCISIÓN Y LA DEDICACIÓN (Luc. 2:21-24)
Dios estableció su pacto con Abraham, diciendo que él sería el padre de muchas naciones (Gén. 17:4). Cuando Dios hizo este pacto, Abraham, de 99 años de edad, solamente había engendrado a Ismael; Isaac, el hijo prometido, aún no había nacido. A pesar de ello, se le ordenó circuncidarse junto con todo varón de su grupo doméstico, y se le instruyó que todo hijo varón nacido de allí en adelante en su casa debía circuncidarse al octavo día (Gén. 17:9-12). Tan importante era esta señal que la circuncisión se realizaba aunque el octavo día cayera en sábado (Lev. 12:3; Juan 7:22).
Esta verdad nos ayuda a entender mejor los primeros días de la vida de Jesús. Los evangelios muestran que José y María fueron elegidos para ser los padres terrenales de Jesús, por lo menos en parte, por causa de su piedad. A José se lo describe como un “hombre justo” (Mat. 1:19, NVI); y de María se dice que había “hallado gracia delante de Dios” (Luc. 1:30). Cuando Jesús cumplió ocho días, sus padres realizaron una ceremonia al darle nombre y circuncidarlo, del mismo modo que incontables varones hebreos lo habían hecho en el pasado.
Imagínate: el inmaculado Hijo de Dios, ahora en forma humana, experimentando el mismo rito que él había instituido muchos siglos antes.
Lee Lucas 2:21 al 24 a la luz de Éxodo 13:2 y 12; y Levítico 12:1 al 8. ¿Qué más nos dicen estos textos acerca de José y María? ¿Qué podemos aprender nosotros, en nuestro tiempo y lugar, de su ejemplo?
La Biblia es clara: María era virgen cuando fue elegida para ser la madre de Jesús (Luc. 1:27); así que, Jesús fue el primer hijo que “abrió su matriz”. De acuerdo con Éxodo 13, todo primogénito entre los israelitas (fuera animal o humano) debía ser dedicado a Dios. La ley también estipulaba en Levítico 12:2 al 5 que, después del nacimiento de un hijo varón, la mujer era ceremonialmente impura por un total de cuarenta días (ochenta, si la hija era mujer). Al final de ese período, ella debía presentarse ante el sacerdote y ofrecer un sacrificio. Como judíos piadosos, María y José cumplieron meticulosamente las obligaciones de la ley mosaica, y se aseguraron de que el Hijo de Dios llevara las marcas del pacto.