“Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”
Romanos 10:4
DONDE ABUNDÓ EL PECADO (Rom. 5:12-21)
Aunque señala los pecados, la Ley es impotente para salvarnos de ellos. Esa impotencia nos muestra que necesitamos a Jesús, la única solución para el pecado.
Lee Romanos 5:12 al 21. ¿De qué manera se revela el mensaje de la gracia de Dios en estos textos?
Nota en este pasaje la constante asociación entre el pecado y la muerte. Una y otra vez aparecen juntos. Es porque el pecado, la violación de la Ley de Dios, conduce a la muerte.
Ahora lee Romanos 5:20. Cuando la Ley “se introdujo”, el pecado abundó, en el sentido de que la Ley definió claramente lo que era pecado. Sin embargo, en vez de traer el resultado natural del pecado, que es la muerte, Pablo dice que, “cuando abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Es decir, no importa cuán malo sea el pecado, la gracia de Dios es suficiente para cubrirlo en aquellos que reclaman las promesas por fe.
Influidos por la traducción de 1 Juan 3:4 en nuestra versión Reina-Valera 1960 (“el pecado es infracción de la ley”), muchos limitan el pecado a la violación de los Diez Mandamientos. Pero, una traducción más literal es: “el pecado es ilegalidad” (anomía). Cualquier cosa que va en contra de los principios de Dios es pecado. Por ello, aunque los Diez Mandamientos no habían sido revelados formalmente cuando Adán comió de la fruta prohibida, él violó un mandato de Dios (Gén. 2:17), y por ello era culpable de pecado. De hecho, por medio del pecado de Adán, la maldición de la muerte afectó a todas las generaciones de la humanidad (Rom. 5:12, 17, 21).
En contraste con la infidelidad de Adán, la lealtad de Jesús a la Ley de Dios resultó en la esperanza de vida eterna. Aunque tentado, Jesús nunca cedió a la tentación (Heb. 4:15). Aquí en Romanos, Pablo exalta la obediencia justa de Jesús, que resulta en la vida eterna (Rom. 5:18-21) para quienes la acepten. Como el segundo Adán, Jesús guardó completamente la Ley y quebró la maldición de la muerte. Su justicia puede ahora llegar a ser la del creyente. Una persona condenada a muerte por heredar el pecado del primer Adán puede ahora abrazar el don de la vida al aceptar la justicia del segundo Adán, Jesús.