“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”

Marcos 10:45.

“YO SOY DIOS”

martes 08 julio, 2014

La divinidad de Cristo es el fundamento de nuestra fe. Un ser humano nunca podría ser nuestro salvador, no importa cuán extraordinaria haya sido su vida. Tenemos muchas evidencias de su divinidad en todo el Nuevo Testamento, pero nos limitaremos a lo que Jesús mismo enseñó acerca de este tema.

No fue fácil para Jesús explicar quién era él. Su misión requería que diera a conocer que él era el Mesías, Dios encarnado. Sin embargo, no se registra que haya dicho públicamente “yo soy Dios” o “yo soy el Mesías”. Si lo hubiera hecho, le habrían quitado la vida inmediatamente (Juan 5:18; 8:59; 10:31). Por lo tanto, eligió maneras indirectas para insinuar su naturaleza divina y llevar a sus oyentes a reconocer su divinidad.

A medida que Jesús revelaba gradualmente su naturaleza divina, la mayoría de sus oyentes lo entendieron, pero rehusaron aceptarlo como tal porque no coincidía con la idea preconcebida de Mesías que tenían. Esto se refleja en el pedido que le hicieron: “¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente” (Juan 10: 24). Lamentablemente, el contexto muestra que su petición no era sincera.

Tal como estudiamos ayer, Jesús se refirió muchas veces a su relación especial con su Padre. Esta fue una de las maneras que usó para revelar su divinidad. Muchos comprendieron con claridad que, cuando él dijo que Dios era su Padre, se estaba haciendo a sí mismo igual a Dios (Juan 5:18).

Lee Lucas 5:17 al 26. ¿De qué manera impactante Jesús reveló aquí su divinidad sin mencionarla explícitamente?

“Para restaurar la salud a ese cuerpo que se corrompía, no se necesitaba menos que el poder creador. La misma voz que infundió vida al hombre creado del polvo de la tierra había infundido vida al paralítico moribundo. Y el mismo poder que dio vida al cuerpo había renovado el corazón”

DTG, p. 235

Además de afirmar que tenía la prerrogativa divina de perdonar los pecados, Jesús anunció que “se sentará en su trono de gloria” y juzgará a todas las naciones, decidiendo el destino eterno de cada uno. Solo Dios tiene la autoridad para hacerlo (Mat. 25:31-46). ¿Qué más podría haber hecho para revelar quién era realmente?

Piensa en cuán duros de corazón fueron algunos de esos líderes hacia Jesús. Y se esperaba que esos hombres fueran los guardianes espirituales del pueblo. ¿Cómo podemos asegurarnos de no endurecernos, de diferentes maneras, nosotros también?

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