“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”

Marcos 10:45.

La naturaleza divina de Cristo

miércoles 09 julio, 2014

Jesús afirmó y demostró que tenía el mismo poder que el Padre para vencer la muerte. “Como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida” (Juan 5:21). Solo Dios puede decir: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25).

Otra indicación clara de la divinidad de Cristo es su aseveración de ser preexistente. Él “descendió del cielo” (Juan 3:13) porque el Padre lo envió (Juan 5:23). En el aposento alto reafirmó nuevamente su preexistencia: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes de que el mundo fuese” (Juan 17:5).

¿Por qué Juan 8:58 es una de las declaraciones más directas y profundas que hizo Jesús acerca de su divinidad? Ver también Éxodo 3:13 y 14.

En contraste con Abraham, que llegó a ser (este es el significado literal del verbo griego gínomai usado aquí), Jesús anunció que él es el que existe por sí mismo. No solamente existió antes del nacimiento de Abraham, sino desde siempre. “Yo soy” implica una existencia continua. Además, es el título de Yahweh mismo (Éxo. 3:14). Los líderes comprendieron claramente que Jesús afirmaba ser el “Yo soy” revelado en la zarza ardiente. Para ellos, él era culpable de blasfemia, y por eso “tomaron entonces piedras para arrojárselas” (Juan 8:59).

Los evangelios muestran que Jesús aceptó que lo adoraran, sin desaprobar que lo hicieran. Él sabía muy bien que solamente Dios merece ser adorado, porque dijo a Satanás: “Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mat. 4:10). Por lo tanto, al aceptar que lo adoraran, estaba evidenciando su divinidad. Los discípulos en el mar (Mat. 14:33), el ciego sanado (Juan 9:38), las mujeres junto a la tumba vacía (Mat. 28:9) y los discípulos en Galilea (Mat. 28:17), todos lo adoraron abiertamente, reconociendo su divinidad. Las palabras de Tomás a Jesús, “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28), no habrían sido pronunciadas por un judío en aquel entonces a menos que hubiera entendido claramente que le hablaba a Dios.

Lee Juan 20:29. ¿Qué cosas no has visto y, sin embargo, crees en ellas? ¿Cuáles son las implicaciones de tu respuesta respecto de tu fe?

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