“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”
Juan 17:20 y 21
Un gran obstáculo para la unidad
¿De qué manera las palabras de Jesús registradas en Mateo 7:1 al 5 pueden ayudarnos a evitar divisiones y conflictos en la iglesia?
Es mucho más fácil ver los errores de otros que los propios. Criticar a los demás da un falso sentimiento de superioridad, porque el crítico se compara a sí mismo con otros seres humanos que parecen ser peores que él. Nuestro objetivo, sin embargo, no es compararnos con los demás, sino con Jesús.
Cuántos problemas podríamos evitar si todos obedeciéramos el mandato divino: “No andarás chismeando entre tu pueblo” (Lev. 19:16). Es una verdad dolorosa que “el chismoso aparta a los mejores amigos” (Prov. 16:28).
Por otro lado, hay circunstancias en las que es necesario hablar acerca de otra persona. Antes de hacerlo, sin embargo, deberíamos hacernos tres preguntas:
¿Es verdad lo que estoy por decir? “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxo. 20:16). A veces, podemos informar algo como un hecho cuando en realidad es una suposición o conjetura. Además, inconscientemente, podríamos llegar a añadir nuestra propia valoración y correr el riesgo de juzgar erróneamente las intenciones de otras personas.
¿Es edificante lo que estoy por decir? ¿Será de ayuda para aquellos que lo escuchen? Pablo nos amonesta a hablar solamente lo que sea bueno “para la necesaria edificación” (Efe. 4:29). Si hubiera algo que fuera verdadero pero no edificante, ¿no sería mejor no decirlo?
¿Es posible decirlo con amor? La manera en que decimos algo es tan importante como lo que decimos (Prov. 25:11). Si es verdadero y edifica, debemos estar seguros de que podemos decirlo de una manera que no ofenda a otras personas.
Santiago compara la lengua con un pequeño fuego que enciende un gran bosque (Sant. 3:5, 6). Si escuchamos un chisme, no deberíamos añadir más leña al fuego, porque “sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda” (Prov. 26:20). El chisme requiere una cadena de trasmisores para permanecer vivo. Podemos detenerlo simplemente rehusándonos a escucharlo; o, si ya lo hemos hecho, evitando repetirlo. “En vez de causar daño con los chismes, hablemos del inigualable poder de Cristo, y conversemos de su gloria” (ATO 304).
No cabe duda alguna: criticar a otros puede hacernos sentir mejor acerca de nosotros mismos. ¿Qué sucede, sin embargo, cuando nos comparamos a nosotros mismos con Jesús?