“Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”

Mat. 24:14

Ser testigos

lunes 25 de agosto, 2014

El primer encuentro de Jesús con sus discípulos, después de su resurrección, fue muy importante. Ellos estaban temerosos, angustiados, desanimados y perplejos. Se habían encerrado en el aposento alto por temor, pero Jesús fue a ellos y se apareció de pie en medio de ellos. Con una voz clara y cálida, dijo: “Paz a vosotros”. Sorprendidos y aterrorizados como estaban, les fue difícil creer lo que veían y oían. Con amor, el Señor mostró sus manos y sus pies, y les explicó todo lo que las Escrituras decían sobre él. Esa noche, la presencia y las palabras de Jesús transformaron dramáticamente a los discípulos, disipando su ansiedad e incredulidad, y llenándolos de la paz y el gozo que provenían de la certeza de su resurrección.

Entonces, Cristo comenzó a explicarles la misión que les encomendaba, ayudándolos a captar gradualmente la importancia de la responsabilidad de ellos como testigos de la muerte, la resurrección y el poder de él para perdonar pecados y transformar vidas (Luc. 24:46-48). Los discípulos, con toda certeza, lo habían visto morir; pero, también, lo habían visto con vida nuevamente. Por lo tanto, podían testificar de él, y que él era el Salvador del mundo.

Un testigo es alguien que vio u oyó un incidente o acontecimiento. Cualquier persona puede ser un testigo, siempre y cuando haya visto u oído personalmente lo que ocurrió. No existe tal cosa como un testigo de segunda mano. Podemos testificar basados únicamente en nuestra propia experiencia, no en la de otros. Como pecadores rescatados, tenemos el privilegio de contar a otros lo que Jesús ha hecho por nosotros.

¿Cuál es la relación entre recibir al Espíritu Santo y testificar por Cristo? Luc. 24:48, 49; Hech. 1:8 (ver también Isa. 43:10, 12; 44:8).

El libro de Hechos muestra que el testimonio de los creyentes pudo tener poder de convencimiento solamente por la presencia del Espíritu Santo en sus corazones. Después de recibir al Espíritu, “con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús” (Hech. 4:33). Es decir, pudieron hablar, abiertamente y con gran poder, sobre lo que ellos mismos habían visto y experimentado. En un sentido muy real, nuestro testimonio acerca de Cristo siempre debe incluir nuestra propia experiencia con él.

¿Cuál ha sido tu experiencia con el Señor? ¿Qué ha hecho Dios en tu vida sobre lo cual puedes testificar de primera mano a otras personas? Lleva la respuesta a la clase el sábado.