“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”
Santiago 1:12
TODA BUENA DÁDIVA Y TODO DON PERFECTO
“Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant. 1:16, 17).
Aunque el pecado dé a luz la muerte, Dios es la fuente de la vida. Él es el “Padre de las luces” (Sant. 1:17), una referencia a la Creación (Gén. 1:14-18). Dios nos da a luz a una nueva vida, que es el regalo más grande que podamos recibir “de lo alto” (comparar Sant. 1:17 con Juan 3:3).
Como Pablo, quien habla de la salvación como el resultado de la gracia de Dios (Rom. 3:23, 24; Efe. 2:8; 2 Tim. 1:9), Santiago 1:17 llama a la salvación una “dádiva”. Pero más, en el versículo siguiente, Santiago deja bien claro que la salvación, este nuevo nacimiento, es el resultado del propósito y la voluntad de Dios para nosotros: “Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad” (Sant. 1:18, NVI). Es decir, Dios quiere que seamos salvos. Era su voluntad, aun desde antes de que existiéramos, que tuviéramos la salvación y una vida nueva en él ahora, y por toda la eternidad.
¿Cómo se compara la representación de Santiago con la descripción de Pablo y de Pedro del nuevo nacimiento? Ver Tito 3:5 al 7; 1 Pedro 1:23.
Jesús, Pablo, Pedro y Santiago: todos conectan la salvación con el nuevo nacimiento. Todo el propósito de Dios en el plan de la redención es reconectar a los seres humanos, golpeados por el pecado y quebrados, con el Cielo. El abismo era tan grande y ancho que nada que los humanos pudieran hacer sería capaz de cruzarlo. Solo la Palabra de Dios en forma humana, Jesús, podía reconectar el cielo con la tierra. La Escritura (2 Tim. 3:16) es singularmente capaz de inspirar vida espiritual en aquellos cuyos corazones están abiertos para recibir el don.
Es decir, nuestro “Padre de las luces” nos ama tanto que, aun sin ser merecedores, nos da “toda buena dádiva y todo don perfecto” (Sant. 1:17), el mejor de todos los dones, Jesús, y el nuevo nacimiento que él ofrece.
¿Cuáles son los dones que te fueron dados “de lo alto”? ¿Por qué es tan importante meditar en ellos? ¿Qué sucede si no lo hacemos?