“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” Sant. 5:16

Sanidad para el alma

martes 16 de diciembre, 2014

Más importante que la curación del cuerpo es la sanidad del alma. Nuestro propósito no es que la gente pecadora sea más sana, sino dirigirlos a la vida eterna que se encuentra en Jesús. Tal vez la única referencia clara a la curación está en el versículo 16, que se aleja de las situaciones hipotéticas que se tratan en los versículos 13 al 15. La palabra “sanados” (iáomai) puede referirse a la curación que va más allá de la eliminación de la enfermedad física (ver, p. ej., Mat. 13:15). Habiendo sugerido ya en el versículo 15 una comprensión más amplia de la curación (la resurrección), Santiago conecta la enfermedad con el pecado, que no que cada enfermedad resulta de un pecado específico, sino que la enfermedad y la muerte son los resultados de que todos somos pecadores.

Lee Marcos 2:1 al 12 (compara con Heb. 12:12, 13; 1 Ped. 2:24, 25). ¿Qué clase de curación describen estos pasajes, y cuál es su base?

La fe en Jesús trae restablecimiento de las debilidades espirituales y el pecado. Cada curación que realizó Jesús fue una parábola para atraer la atención de la gente a su necesidad de salvación. En el caso del paralítico de Marcos 2, la curación espiritual era realmente la preocupación máxima del hombre, por lo que Jesús le aseguró de inmediato que sus pecados eran perdonados. No obstante, “no era tanto la curación física como el alivio de su carga de pecado lo que deseaba. Si podía ver a Jesús, y recibir la seguridad del perdón y de la paz con el Cielo, estaría contento de vivir o de morir, según fuese la voluntad de Dios” (DTG 233). Aunque los sanadores de hoy debieran usar todos los medios médicos disponibles para sanar las enfermedades, deberían también hacer esfuerzos para sanar a la persona total, no solo para esta vida, sino para la eternidad.

La curación incluye la sanidad de las relaciones, por lo que se nos exhorta: “confesaos vuestras ofensas unos a otros” (Sant. 5:16), o sea, a quienes hemos hecho daño (Mat. 18:15, 21, 22). Si hemos hecho mal u ofendido a otros, confesémoslo a ellos. Entonces la bendición del Señor descansará sobre nosotros porque el proceso de la confesión involucra una muerte al yo, y solo por esa muerte al yo Cristo puede ser formado en nosotros.