"No hurtarás"
Inmediatamente después de su advertencia acerca del adulterio (Prov. 6:24-29), el autor plantea otro pecado: el robo (vers. 30, 31). La relación entre estos dos Mandamientos (robo y adulterio) muestra cómo la desobediencia a un Mandamiento puede afectar nuestra obediencia a los otros. La actitud de buscar “resquicios” en la Ley de Dios podría ser aún más peligrosa que la com pleta desobediencia a la Ley. “La fortaleza más poderosa del vicio en nuestro mundo no es la vida inicua del pecador abandonado o del paria degradado; es la vida que parece virtuosa, honorable, noble, pero en la cual se fomenta un pecado, se abriga un vicio. [...] El que, dotado de elevados conceptos de la vida, la verdad y el honor, viola intencionalmente un precepto de la santa Ley de Dios pervierte sus nobles dones hasta convertirlos en una tentación para pecar” (Ed 150).
Lee Proverbios 6:30 y 31. ¿Qué dicen estos versículos acerca de lo que hace una persona desesperada?
La pobreza y la necesidad no justifican el robo: el ladrón es culpable aun si “tiene hambre” (vers. 30). Aunque el ladrón hambriento no debe ser despre ciado, debe reponer siete veces lo que ha robado; lo que muestra que, por desesperada que sea su situación, no justifica el pecado. Además, la Biblia insiste en que nuestro deber es atender a las necesidades de los pobres, para que no se sientan forzados a robar para sobrevivir (Deut. 15:7, 8).
Es interesante que, después de pasar del adulterio al robo, ahora regresa al adulterio (Prov. 6:32-35). Los dos pecados son un tanto similares. En ambos casos, alguien está tomando ilegalmente lo que pertenece a otro. Sin embargo, hay una diferencia vital entre el robar y el adulterar: en el primer caso, solo se trata de la pérdida de un objeto; mientras que el segundo es mucho más grave. Se puede restituir lo robado, pero en los casos de adulterio, el daño puede ser mucho mayor que en el caso de un robo, sobre todo, si hay niños de por medio.
“ ‘No fornicarás’. Este Mandamiento no solo prohíbe las acciones impuras, sino también los pensamientos y los deseos sensuales, y toda práctica que tienda a excitarlos. [...] Cristo, al enseñar cuán amplia es la obligación de guardar la Ley de Dios, declaró que los malos pensamientos y las miradas con cupiscentes son tan ciertamente pecados como el acto ilícito” PP 317