“¿No te he escrito tres veces en consejos y en ciencia, para hacerte saber la certidumbre de las palabras de verdad, a fin de que vuelvas a llevar palabras de verdad a los que te enviaron?” Prov. 22:20, 21
Celosos de los Impíos
¿Acerca de qué nos advierten Proverbios 23:17; 24:1, 2; y 24:19, 20?
¿Por qué alguien podría tener envidia de los impíos? Lo más probable es que no sea por causa de pecados reales que podrían estar cometiendo; más bien, generalmente es por la ganancia inmediata (riqueza, éxito, poder) que logran mediante su maldad. Eso es lo que mucha gente codicia para sí mismos.
Por supuesto, no todas las personas ricas o de éxito son impías; algunas lo son, y probablemente esa es la clase de gente sobre la que se nos advierte en estos versículos. Vemos su “buena” vida y, desde nuestra perspectiva, espe cialmente si estamos luchando nosotros mismos, es fácil envidiar lo que ellos tienen.
No obstante, esa es una perspectiva de las cosas muy estrecha y de corto alcance. Después de todo, la tentación de pecar es que su recompensa es inmediata: gozamos la gratificación presente. Pero, mirar más allá del presente puede protegernos de la tentación; necesitamos mirar más allá de las “ganan cias” inmediatas de nuestro pecado y pensar en las consecuencias a largo plazo.
Además, ¿quién no ha sentido cuán destructivo es el pecado? No podemos escapar. Podemos, tal vez, esconderlo de otros, de modo que nadie, aun los más cercanos a nosotros, tenga la menor idea de lo que hacemos (aunque tarde o temprano lo descubrirán, ¿verdad?); o podemos ser capaces de engañarnos a nosotros mismos pensando que nuestros pecados no son tan malos. (Después de todo, ¡mira cuántas personas hacen cosas peores!) Pero más temprano o más tarde, de una manera u otra, el pecado y sus consecuencias nos alcanzarán.
Debemos odiar el pecado porque es pecado. Debemos odiarlo por lo que nos hizo, lo que hizo a nuestro mundo y a nuestro Dios. Si queremos ver el ver dadero costo del pecado, mira a Jesús en la cruz. Esto es lo que costó nuestro pecado. Darnos cuenta solo de eso debiera ser suficiente (aunque a menudo no lo es) para querer evitar el pecado y mantenernos lo más lejos posible de aquellos que nos conducen a pecar.
¿Has luchado alguna vez con la envidia por el éxito de alguien? ¿Cuál es el mejor remedio para ese problema fatal? (Ver Efe. 5:20).