”Y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” Luc. 3:22

“TÚ ERES MI HIJO AMADO”

lunes 06 abril, 2015

En Lucas 2:41 al 50, leemos la famosa historia de cuando José y María perdieron de vista a Jesús en Jerusalén. Especialmente fascinante es la respuesta de Jesús a María cuando ella lo reprende (vers. 48). La respuesta de Jesús es una afirmación de que era consciente de ser divino, de que era el Hijo de Dios. “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (vers. 49). Como dice el versículo siguiente, José y María no captaron aquello que las palabras de Jesús implicaban. Para ser justos, ¿cómo podrían saberlo? Después de todo, aun los discípulos, después de pasar años junto a Jesús, no estaban totalmente seguros de quién era él y lo que él había de hacer.

Por ejemplo, después de su resurrección, Jesús habló con dos discípulos en el camino a Emaús. Uno de ellos, al referirse a Jesús, había dicho que este fue “profeta, poderoso en obra y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo” (Luc. 24:19). Jesús, por supuesto, era mucho más que un profeta. Aun entonces, ellos no habían captado quién era él y qué había venido a hacer.

Lee Mateo 3:13 al 17, Juan 1:29 al 34, y Lucas 3:21 y 22. ¿Cuál es la importancia del bautismo de Jesús?

En ocasión de su bautismo, el Cielo afirmó que Jesús era el Hijo de Dios. Jesús buscó el bautismo no porque él lo necesitara como parte de un proceso posterior al arrepentimiento, sino para dar el ejemplo a otros (Mat. 3:14, 15). Se destacan tres factores importantes con respecto al bautismo de Jesús: 1) la proclamación del Bautista: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29); 2) el ungimiento del Espíritu Santo para la misión futura; y 3) la proclamación celestial de que Jesús es el Hijo de Dios, en quien el Padre tiene complacencia.

Piensa en esto: el inmaculado Hijo de Dios, el Creador del cosmos, fue bautizado por un mero ser humano, como parte del plan de salvación. ¿De qué modo esta asombrosa condescendencia nos ayuda a estar dispuestos a humillarnos cuando la ocasión así lo demanda?

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