“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús [...]. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” Gál. 3:26-28

LAS MUJERES Y EL MINISTERIO SANADOR DE JESÚS

lunes 4 de mayo, 2015

Lee, en Lucas 7:11 al 17, la historia del milagro en Naín. Esta mujer, empobrecida y viuda, afrontaba otra prueba: la muerte de su único hijo. Una multitud de personas la acompañaba en la procesión fúnebre, expresando así su dolor y su simpatía. La pérdida de su único hijo y la incertidumbre acerca de su vida futura la transformaban en un cuadro de tristeza y desesperanza.

La procesión que salía de la ciudad se encontró con otra procesión que entraba en ella. A la cabeza de quienes salían había un ataúd; a la cabeza de quienes entraban estaba la Vida, el Creador. Cuando ambas procesiones se encontraron, Jesús vio a la viuda llena de dolor, y “se compadeció de ella, y le dijo: No llores” (Luc. 7:13). El pedido de no llorar no habría sido lógico si no hubiera procedido de Jesús, el Señor de la vida. Porque detrás de la orden “No llores” estaba el poder de quitar la razón de su llanto. Jesús se adelantó, tocó el ataúd, y le ordenó al joven que se levantara. El toque era considerado una contaminación ceremonial (Núm. 19:11-13), pero para Jesús la compasión era más importante que las ceremonias. Atender las necesidades humanas era más urgente que seguir meros rituales.

El pueblo de Naín no solamente presenció un gran milagro, sino también recibió un mensaje maravilloso: para Jesús no hay diferencia entre los dolores emocionales de los hombres y los de las mujeres. Y su presencia confronta y confunde el poder de la muerte.

Lee también Lucas 8:41, 42, y 49 al 56. Jairo era un dirigente de la sinagoga, el oficial a cargo del cuidado y los servicios de la sinagoga. Cada sábado elegía a la persona que dirigiría la oración, leería la Escritura y predicaría. Era una persona no solo de gran influencia, sino también de riqueza y poder. Amaba a su hija, y no vaciló en acercarse a Jesús rogando por la curación de ella.

En estas historias, el poder de Jesús trajo al hijo muerto de nuevo a su madre, y una hija muerta de vuelta a su padre. Cuán increíbles debieron haber sido estos actos para quienes los vieron, especialmente para los padres. ¿Qué nos dicen estos informes acerca del poder de Dios? ¿Qué indican respecto de cuán poco comprendemos de ese poder (la ciencia actualmente no tiene el menor indicio sobre la forma en que esto podía ocurrir)? Pero, más importante aún, ¿de que manera podemos aprender a confiar en este poder y en la bondad de Dios que lo maneja, sin importar cuáles sean nuestras circunstancias actuales?