LA INICIATIVA DIVINA PARA SALVARNOS
La Biblia muestra que, después de la Caída de nuestros primeros padres, Dios salió a buscarlos, y no al revés. El hombre y la mujer trataron de esconderse de la presencia de Dios. ¡Qué metáfora poderosa para la raza humana caída!: ella huye de Aquel que vino a buscarla, el Único que podía salvarla. Adán y Eva lo hicieron en el Edén y, a menos que nos entreguemos al llamado del Espíritu Santo, seguiremos haciendo hoy lo mismo.
Gracias a Dios, él no echó a un lado a nuestros primeros padres, ni tampoco nos echa a un lado a nosotros. Desde el momento en que Dios llamó a Adán y a Eva en el Edén, diciendo “¿Dónde estás tú?” (Gén. 3:9), sigue llamando. En realidad, él es el primer misionero.
“En el don incomparable de su Hijo, Dios ha rodeado al mundo entero de una atmósfera de gracia tan real como el aire que circula en derredor del globo. Todos los que escojan respirar esa atmósfera vivificante vivirán, y crecerán hasta la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús CC 67
Por supuesto, la mayor revelación de la actividad misionera de Dios se puede ver en la encarnación y el ministerio de Jesús. Aunque Jesús vino a esta Tierra para hacer muchas cosas –destruir a Satanás, revelar el carácter del Padre, demostrar que las acusaciones de Satanás son falsas, mostrar que la Ley de Dios puede guardarse-, la razón crucial era morir, en la cruz, en lugar de la humanidad, a fin de salvarnos de la muerte eterna, el resultado final del pecado.
¿Qué nos enseñan estos textos acerca de la muerte de Jesús?
Juan 3:14, 15
Isa. 53:4-6
2 Cor. 5:21
“Al que no conoció pecado, por nosotros [Dios] lo hizo pecado”. Eso fue necesario a fin de que nosotros podamos ser “hechos justicia de Dios en él”. Esta idea ha sido llamada el “gran intercambio”: Jesús tomó nuestros pecados y sufrió como pecador para que nosotros, aunque pecadores, pudiéramos ser contados como justos delante de Dios.