EL LLAMADO DE LA MISIÓN
“A todos me hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él” (1 Cor. 9:22, 23). ¿Qué principio importante está adoptando Pablo aquí, y cómo podemos reflejar esta misma actitud en nuestras vidas?
El Señor de las misiones eligió a hombres y a mujeres, a pesar de sus debilidades, para trabajar junto con el Espíritu Santo y los ángeles, a fin de llevar el mensaje de perdón y salvación al mundo. Israel debía ser la “luz” de Dios en los tiempos del Antiguo Testamento. Sin embargo, a menudo, pusieron su luz “debajo de un almud [cajón]” (Mat. 5:15), y las bendiciones que recibieron fueron guardadas en Israel. En lugar de mezclarse y compartir, se encerraron y se alejaron de las naciones para “no contaminarse”
El siguiente plan de Dios para las misiones mundiales requería el método de la sal: ir y “hacer discípulos” (Mat. 28:19; Mar. 16:15, 20; Hech. 1:8). La historia de las misiones cristianas brilla con relatos de misioneros que se sacrificaron y fueron como sal en el mundo, llevando el evangelio de vida a las personas, a comunidades y, a veces, a naciones enteras.
No obstante, como en el antiguo Israel, frecuentemente, los éxitos en la misión son oscurecidos por las limitaciones y las fallas de los misioneros o por su actividad misionera general. Estas fallas humanas incluyen: 1) una planificación pobre, inadecuada para la tarea; 2) considerar como misión solo la educación, el cuidado de la salud y el alivio en desastres, y dejar de lado la predicación del evangelio; 3) que las organizaciones que envían a los misioneros designan recursos y personal escasos; 4) misioneros no adecuados para la tarea; y 5) naciones que prohíben la predicación del evangelio.
La tarea no es fácil. Estamos en una gran controversia, y el enemigo hará todo lo posible para frustrar nuestros esfuerzos, sea en nuestro vecindario o en los lugares “remotos” del mundo. No obstante, no debemos desanimarnos; tenemos muchas promesas de poder maravillosas, y estamos seguros de que Dios cumplirá su propósito en la Tierra. Como dice Isaías 55:11: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.