“Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1:5).

EL LLAMADO PROFÉTICO DE JEREMÍAS

sábado 26 de septiembre, 2015

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Isaías 1:19; Jeremías 7:5-7; 1 Reyes 2:26; Jeremías 1:1-5; Isaías 6:5; Jeremías 1:6-19; Mateo 28:20.

SABEMOS MÁS ACERCA DE JEREMÍAS que de cualquier otro profeta del Antiguo Testamento. Los hechos biográficos que aparecen en su libro nos ayudan a comprender mejor su obra como profeta. Jeremías tuvo tal efecto en la historia que, aun en el tiempo de Jesús, los talleres literarios y las escuelas para discípulos se basaban en el ministerio profético de Jeremías.

La obra del profeta, juzgada por las normas humanas, muestra solo un leve éxito. A pesar de décadas de fervientes advertencias y ruegos, la gente no escuchaba los mensajes dados por él de parte de Dios.

No obstante, Jeremías no pudo ser comprado ni vendido; se mantuvo como “ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce” (Jer. 1:18), no con sus propias fuerzas, sino con las de Dios.

Jeremías no fue muy feliz. Su llamado le trajo sufrimiento, dolor, rechazo, encarcelamiento. Muchas de sus dificultades vinieron de aquellos a quienes procuraba ayudar tratando de encaminarlos en la dirección correcta. Jeremías prefiguró lo que Jesús afrontaría centenares de años después en el mismo país.