“Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová” Jer. 9:24

EL QUE SE HUBIERE DE ALABAR…

domingo 08 noviembre, 2015

En Jeremías 9, el profeta comenzó su lamentación, porque veía la catástrofe inevitable que se venía sobre su país y su pueblo. Dios pronunció juicios sobre Jerusalén, y cuando Dios dice algo, lo hace. Lo que ellos afrontarían no sería algo accidental, algo simplemente inexplicable y terrible que ocurre de tiempo en tiempo. No, lo que afrontarían sería el juicio directo de Dios. Y darse cuenta de esto hacía que Jeremías estuviera muy triste. Sin embargo, su tristeza era solo un débil reflejo del dolor que Dios debió de haber sentido.

Aunque el contexto es diferente, la siguiente cita capta muy bien la idea:

“La cruz es, para nuestros sentidos entorpecidos, una revelación del dolor que, desde su comienzo, produjo el pecado en el corazón de Dios. Le causan pena toda desviación de la justicia, todo acto de crueldad, todo fracaso de la humanidad para alcanzar su ideal. Se dice que, cuando sobrevinieron a Israel las calamidades que eran el seguro resultado de la separación de Dios (sojuzgamiento a sus enemigos, crueldad y muerte), Dios ‘fue angustiado a causa de la aflicción de Israel’. ‘En toda angustia de ellos fue angustiado [...]. Y los levantó todos los días de la antigüedad’ ”

Ed, p. 263

Lee Jeremías 9, el triste lamento del profeta. Concéntrate especialmente en los versículos 23 y 24. ¿Por qué esas palabras son tan relevantes para nosotros hoy?

Se ha dicho que, en lo que respecta a la muerte, todos somos como una “ciudad no amurallada”. La sabiduría, el poder y las riquezas tienen su lugar, pero confiar en estas cosas, especialmente en medio de una catástrofe, o cuando la muerte se asoma, no tiene fruto ni sentido. En medio de estas advertencias acerca de la ruina, se le dice a la gente lo que realmente importa, y eso es conocer y entender por sí mismos, por lo menos hasta el grado en que se pueda, la misericordia, la justicia y la bondad de Dios. ¿Qué otra cosa hay que nos dé consuelo y esperanza cuanto todo lo terrenal, todo lo humano, incluyendo nuestra propia carne, nos falla?

¿Qué nos dice la cruz acerca de la misericordia, la justicia y la rectitud de Dios?

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