“Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien” (Neh. 2:18).

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lunes 25 enero, 2016

Elías el Tisbita es uno de los personajes más coloridos de las Escrituras. Lo encontramos primero delante de un rey, diciéndole que no habrá lluvias por tres años (1 Rey. 17:1). No era fácil acercarse al rey o escapar de él, pero este hombre se escabulle entre los guardias, entrega el mensaje de Dios y luego corre a las montañas, a unos doce kilómetros (siete millas) de distancia.

Estos eran tiempos tristes para el reino de Israel del norte. La mayoría había abandonado al Dios Jehová (1 Rey. 19:10) y estaban adorando a los dioses de la fertilidad. Decir que no llovería era un desafío directo a Baal, el dios de las lluvias, que aseguraban las cosechas y el ganado. Los ritos religiosos prevalentes se concentraban en la fertilidad y los ingresos.

Durante los siguientes tres años, los dioses de la fertilidad fueron impotentes. Luego, Elías confrontó al rey otra vez y le pidió un encuentro con los profetas de Baal y de la diosa Asera (diosa de la fertilidad): un hombre contra 850 (1 Rey. 18:17-20).

Llegó el día y se reunió una multitud en el monte Carmelo. Elías dijo al pueblo: “¿Hasta cuándo claudicaréis [vacilaréis, VM] vosotros entre dos pensamientos?” (1 Rey. 18:21). Se eligieron los bueyes y se los preparó para el sacrificio. La gente esperó para ver qué dios respondería con fuego del cielo. El buey era el objeto más poderoso en las religiones de fertilidad y ellas mostrarían su fuerza.

Lee 1 Reyes 18:21 al 39. A pesar de la realidad obvia del Gran Conflicto aquí, ¿qué deseaba ver Elías que sucediera en Israel, y por qué es eso tan relevante para nosotros hoy?

El versículo de 1 Reyes 18:37 lo dice todo. El milagro, aunque fue impresionante, no era el tema real: el problema era la fidelidad de Israel al Pacto. Nota también quién dio vuelta su corazón. Fue Dios mismo, aun antes del desarrollo del milagro en sí. Pero, Dios no fuerza los corazones para que retornen a él. Envía a su Santo Espíritu y, respondiendo a ese Espíritu, las personas primero tienen que hacer la elección de volver a él; solo entonces, en su fortaleza, pueden actuar sobre esa decisión. Hoy no es diferente. El poder de Dios es el que sostiene el latido de cada corazón, pero no fuerza ni aun uno de esos corazones que laten para que lo sigan.

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