“Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien” (Neh. 2:18).

PALABRAS DE DESAFÍO

martes 26 enero, 2016

Ezequías era el rey de Judá cuando Asiria conquistó a Israel, el Reino del Norte, y esparció sus habitantes por toda Mesopotamia (2 Rey. 18:9-12). “En los terribles castigos que cayeron sobre las diez tribus, el Señor tenía un propósito sabio y misericordioso. Lo que ya no podía lograr por medio de ellas en la tierra de sus padres, procuraría hacerlo esparciéndolas entre los paganos. Su plan para salvar a todos los que quisieran obtener perdón mediante el Salvador de la familia humana debía cumplirse todavía; y en las aflicciones impuestas a Israel, estaba preparando el terreno para que su gloria se revelase a las naciones de la Tierra” (PR 217, 218).

Unos pocos años más tarde, el rey asirio Senaquerib volvió su atención a Judá, capturó todas sus ciudades fortificadas e impuso un tributo muy pesado (2 Rey. 18:13-15). Aunque Ezequías vació las tesorerías del Templo y de su palacio, el rey asirio no estaba satisfecho, y envió oficiales para que negociaran la rendición de Jerusalén.

Los asirios entonces se burlaron de la gente advirtiéndole que, siendo que los dioses de las naciones alrededor de ellos no las habían salvado de los asirios, ¿por qué los judíos habrían de pensar que su Dios podría hacerlo mejor? (Ver 2 Rey. 18:28-30, 33-35.)

Ezequías hizo lo único posible para él: oró (2 Rey. 19:15-19). Dios ya había usado a Isaías para animar a Ezequías (vers. 6), y ahora envío otra vez al profeta.

Lee 2 Reyes 19:21 al 34, especialmente los versículos 21 y 22. ¿Cuál es el mensaje de Dios a su pueblo en medio de esta terrible crisis?

El resultado de todo eso se vio cuando el enorme ejército asirio acampó alrededor de los muros de Jerusalén. Las habitantes asustados de la ciudad sitiada se levantaron una mañana, no para ver las acciones finales de un ejército conquistador a punto de abrir las defensas de la ciudad sitiada, sino para ver soldados esparcidos por el suelo en silencio sepulcral hasta donde los ojos podían ver (2 Rey. 19:35). Y el rey asirio en desgracia volvió a su casa, solo para encontrar su fin a manos de dos de sus propios hijos (vers. 36, 37).

¿Cómo podemos aprender a con ar en Dios, aun en medio de las situaciones más desalentadoras y al parecer imposibles? ¿Por qué debemos siempre recordar el cuadro más grande, especialmente cuando las cosas, al menos por ahora, no siempre terminan de manera positiva?

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