“Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien” (Neh. 2:18).

DECRETO DE MUERTE

miércoles 27 enero, 2016

Es difícil para nosotros hoy (como sin duda lo fue para las personas de diversas culturas a lo largo de los siglos) comprender las costumbres y las tradiciones del antiguo Imperio Persa, donde se desarrolla la historia de Ester. No obstante, una cosa es segura: Dios usó ese imperio en el proceso de cumplir las promesas del Pacto a la nación de Israel, promesas que venían desde Abraham (ver Gén. 12:1-3; Isa. 45:1; 2 Crón. 36:23).

La joven judía Ester se encontró de pronto con que era reina. Aunque su ascenso al trono fue de una manera bien diferente de, por ejemplo, la de José en Egipto o la de Daniel en Babilonia, ella estuvo en el lugar donde Dios quería que estuviera. Fue usada por Dios de una manera poderosa, y esto ilustra el modo en que el tema del Gran Conflicto puede desarrollarse en la historia.

Lee Ester 3:8 al 11. Recordando cuáles eran los planes de Dios para los judíos, especialmente con respecto a la venida del Mesías, ¿qué consecuencias habría tenido este decreto?

“Poco comprendía el rey los resultados abarcadores que habrían acompañado la ejecución completa de este decreto. Satanás mismo, instigador oculto del plan, estaba procurando quitar de la tierra a los que conservaban el conocimiento del Dios verdadero” (PR 442).

Cuán fascinante es que, al comienzo, el problema se centrara en la adoración (ver Est. 3:5, 8), y que un pueblo distintivo rehusara seguir las leyes y las costumbres de los que estaban en el poder. Aunque, por supuesto, el contexto será diferente al final del tiempo, la realidad detrás de él –el Gran Conflicto entre Cristo y Satanás– es todavía la misma, y los que procuran ser fieles a Dios enfrentarán algo como lo que enfrentaron los judíos. Se nos ha advertido que, en las escenas finales de la historia de la Tierra, se promulgará el decreto que declara que se “hiciese matar a todo el que no la adorare” (Apoc. 13:15). Lo que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia.

¿Por qué tan a menudo desconfiamos de aquellos que son diferentes de nosotros? ¿Por qué las poderosas verdades de la Creación y la Redención, verdades que revelan el valor de cada ser humano, nos muestran cuán equivocada es esta actitud? ¿De qué manera podemos eliminar de nuestros corazones esta tendencia errada?

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