“Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús” (Hech. 4:13).

CAMBIO DE ACTITUDES

jueves 25 de febrero, 2016

Los discípulos tenían ideas preconcebidas que les impedían entender lo que Jesús les enseñaba; además, compartían prejuicios nacionales. Un ejemplo: la historia de la mujer samaritana a la que Jesús le pidió agua. Ella se sorprendió porque “judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Juan 4:9).

Los prejuicios nacionales también aparecen en el informe de Cornelio, un centurión romano con base en Cesarea. Cornelio era un “varón justo y temeroso de Dios” (Hech. 10:2) y muy respetado por la gente (vers. 22). Un ángel lo instruyó para que llamara a Pedro en Jope (vers. 22; ver también los vers. 3-8).

Entretanto, en Jope, Pedro subió a la azotea para orar (vers. 9). Comenzó a sentir apetito y, mientras esperaba que sus huéspedes prepararan el almuerzo, tuvo una extraña visión. Del cielo descendió una gran sábana atada en las cuatro esquinas. Adentro había criaturas que él consideraba “inmundas”. De ellas se le dijo que matara y comiera (vers. 11-14).

¿Cuál fue la reacción de Pedro cuando se le dijo que comiera alimentos “inmundos”, y qué significaba la visión? Hech. 10:12-29.

Aquí Dios le enseña a Pedro una lección importante. Algunas personas piensan hoy que ese fue el momento en que Dios cambió la dieta humana, para permitir que la gente comiera cualquier cosa que le gustara. Eso no es lo que Pedro obtuvo de la visión. Primero, se preguntó qué significa; al comienzo no es obvio (Hech. 10:17). Cuando llegan los hombres de Cornelio y explican su misión, Pedro se siente impulsado a ir con ellos (vers. 22, 23). Cuando Pedro se encuentra con Cornelio, le cuenta la visión y su significado: Cristo es el Salvador de todo el mundo. Los gentiles también son almas preciosas por las que Cristo murió (vers. 34-48).

Pedro aprendió una lección que todos tenemos que aprender. En Cristo, todas las barreras han sido derribadas, y la distinción entre las personas ya no existe más, “sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hech. 10:35).

Es agradable creer que todos somos uno en Cristo. Pero no siempre sentimos así, incluso en la iglesia. Primero, ¿qué podemos hacer para reconocer los prejuicios que tenemos? Segundo, en el poder de Dios, ¿cómo podemos eliminar esos prejuicios?