“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apoc. 3:20).

Conclusión

viernes 18 marzo, 2016

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR: La sección del jueves tocó la divinidad de Cristo. ¿Por qué eso es tan importante? Elena de White escribió: “Puesto que la Ley divina es tan sagrada como el mismo Dios, solo uno igual a Dios podría expiar su transgresión. Ninguno sino Cristo podría salvar al hombre de la maldición de la Ley y colocarlo otra vez en armonía con el Cielo. Cristo cargaría con la culpa y la vergüenza del pecado, que era algo tan abominable a los ojos de Dios que iba a separar al Padre y su Hijo. Cristo descendería a la profundidad de la desgracia para rescatar a la raza caída” (MGD 42). La lógica es sencilla: la Ley es tan sagrada como lo es Dios; por eso, solo un Ser tan sagrado como Dios podía expiar la transgresión de la Ley. Los ángeles, aunque sin pecado, no son tan sagrados como su Creador, porque ¿cómo algo creado puede ser tan sagrado como quien lo creó? No es extraño, entonces, que vez tras vez la Escritura enseñe que Cristo es Dios mismo. El sacrificio de Cristo se centra alrededor de la sacralidad de la Ley de Dios. Por causa de la Ley, o más precisamente por causa de la transgresión de la Ley, Jesús tendría que morir por nosotros si habíamos de ser salvos. En realidad, la severidad del pecado puede verse mejor en el sacrificio infinito que fue necesario para expiarlo; esa severidad habla por sí sola de cuán sagrada es la Ley misma. Si la Ley es tan santa que solo el sacrificio de Dios mismo podía responder a sus demandas, entonces tenemos allí todas las pruebas que necesitamos acerca de cuán exaltada es.

PREGUNTAS PARA DIALOGAR:

  1. Analicen en clase sus respuestas a la pregunta del miércoles. ¿Qué repercusiones tienen las respuestas que dieron?
  2. “Muchos que profesan esperar el pronto advenimiento de Cristo se están conformando a este mundo y procuran más fervientemente el aplauso de quienes los rodean que la aprobación de Dios. Son fríos y formales, como la iglesia nominal de la que hace muy poco tiempo se separaron. Las palabras dirigidas a la iglesia laodiceana describen su condición presente perfectamente” (RH, 10 de junio de 1852). Aunque estas palabras fueron escritas hace más de 150 años, ¿por qué se aplican tan bien hoy a nosotros? ¿Qué nos dice esto acerca del mito de que, de algún modo, “los buenos tiempos de antes” eran mejores?

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