EL CORAZÓN DEL HIPÓCRITA
“Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” (Isa. 29:13). Aunque Dios estaba hablando al antiguo Israel, ¿qué mensaje hay aquí para nuestra iglesia de hoy? ¿Cuáles son los dos problemas principales acerca de los cuales el Señor advierte aquí, y cómo podemos asegurarnos de que no estamos haciendo lo mismo?
Muchos siglos después de que Isaías escribió estas palabras, Jesús las cita mientras está en una contienda con los dirigentes religiosos.
Lee Mateo 15:1 al 20. ¿Cuál es el problema específico aquí, y cómo lo afronta Jesús?
En algún momento después de que volvió a Capernaum, Jesús entró en debate con los maestros judíos acerca de lo que contamina al hombre. Los maestros habían añadido a la ley toda clase de reglas acerca de la impureza externa. Por ejemplo, uno tenía que lavarse las manos de cierta manera. No obstante, los discípulos de Jesús no se molestaban en seguir esta regla y, cuando los escribas y los fariseos de Jerusalén lo señalaron, Jesús respondió como lo hizo.
En pocas palabras, Jesús condena con dureza lo que tan fácilmente se vuelve una trampa para cualquiera: la hipocresía. ¿Quién no ha sido culpable de esto en algún momento, condenando a alguien por un acto (verbalmente o en el corazón), aun cuando ha hecho o está haciendo lo mismo o algo peor? Todos tenemos una tendencia a ver las faltas de otros, mientras que somos ciegos a las propias. Por ello, ser un hipócrita tiende a ser algo natural para todos nosotros.
Todos odiamos la hipocresía en otros. Además, siempre es muy fácil ver la hipocresía en los demás. ¿De qué modo podemos asegurarnos de que nuestra capacidad de ver la hipocresía en otros no sea sencillamente una manifestación de ella en nosotros mismos?