VIVOS EN CRISTO
La gracia de Dios, que produce reavivamiento en quienes están muertos en transgresiones y pecados, se revela gráficamente en Ezequiel 37. En visión, el profeta Ezequiel es transportado por el Espíritu a un valle lleno de huesos muertos, secos y esparcidos. Estos huesos representan la casa de Israel. Dios pregunta: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” (Eze. 37:3).
La respuesta a esta cuestión se desarrolla mientras Ezequiel profetiza a los huesos.
Lee Ezequiel 37:1 al 14. ¿Qué haría Dios por su pueblo?
Los resultados del mensaje enviado a los huesos secos son:
a) Ellos “vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo” (Eze. 37:10). b) Dios establecerá a su pueblo en su “propia tierra” (vers. 14). Y c) Ellos sabrán que fue Dios quien lo hizo (vers. 14).
Sin embargo, no es suficiente revivir. El pueblo de Dios recibe vida a fin de cumplir una misión. Israel había de ser una luz para las naciones.
Lee Efesios 2:10. ¿Para qué somos revividos –recreados espiritualmente− en Cristo?
“Nuestra aceptación por parte de Dios es segura solamente por medio de su amado Hijo, y las buenas obras son únicamente el resultado de la obra de su amor perdonador. Las obras no son ningún crédito para nosotros, y no se nos concede nada, debido a nuestras buenas obras, por lo cual podamos reclamar una parte en la salvación de nuestras almas. La salvación es un don gratuito de Dios al creyente, que le es concedido solamente por Cristo. El alma atribulada puede encontrar paz [...] y su paz estará en proporción a su fe y confianza. No puede presentar sus buenas obras como un mérito para la salvación de su alma.
“Pero ¿no son las buenas obras de ningún valor? El pecador que todos los días comete pecado impunemente ¿es considerado por Dios con el mismo favor que quien, por medio de la fe en Cristo, lucha por lograr su integridad? Las Escrituras contestan: ‘Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas’ (Efe. 2:10) [...].
“En su divina disposición [...] él ha ordenado que las buenas obras sean recompensadas. Somos aceptados solo por los méritos de Cristo, y los actos de misericordia, las acciones de caridad que realizamos, son los frutos de la fe” (MS 3:227).