LA RECETA COMPLETA
“Vosotros sois la sal de la tierra” (Mat. 5:13).
En este pasaje, Jesús llama a sus seguidores a ser “sal”, que es un agente transformador. La iglesia es el “salero” que contiene la “sal de la tierra”. ¿Con quiénes debemos mezclarnos nosotros, esta “sal”? ¿Solamente con nosotros mismos o con ingredientes diferentes de nosotros?
Podemos comprender mejor esta respuesta si llenamos un molde de pan con solo sal, y otro molde con pan que tiene sal como uno de sus ingredientes. En el primero, la sal es toda la receta; no puede ser sabroso y, mucho menos, comestible. En el segundo molde, la sal es parte de la receta que está mezclada con ingredientes distintos que ella misma. Y como tal, transforma el pan de insípido en delicioso. La sal hace el mayor bien cuando se mezcla con elementos diferentes de sí misma. Lo mismo es cierto con los cristianos. Pero, no ocurrirá si nos mantenemos en el “salero” de la iglesia.
Por ello, hay un punto que no debemos pasar por alto. Podemos ser morales: no fumamos ni tomamos bebidas alcohólicas, no nos enredamos en juegos de azar ni cometemos crímenes. Todo eso es importante. Sin embargo, el asunto crucial no es solo lo que no hacemos. Más bien, es ¿qué hacemos? Es decir, ¿qué hacemos para ayudar a nuestra comunidad y a quienes tienen necesidades?
Lee Mateo 5:13 otra vez. ¿Cómo puede la sal perder su sabor?
“Pero si la sal ha perdido su sabor; si no hay más que una profesión de piedad, sin el amor de Cristo, no hay poder para lo bueno. La vida no puede ejercer influencia salvadora sobre el mundo” (DTG 407).
Volvamos al símbolo de la receta. Si todo lo que tenemos es sal, no sirve. De hecho, demasiada sal en la alimentación puede ser tóxica. La sal debe estar mezclada con lo que es distinto de ella; si somos iguales o muy parecidos al mundo, no marcaremos una diferencia en él; la sal llega a ser buena para nada. Y ¿qué dice Jesús que ocurrirá con ella, entonces?
Pero, saturados con el amor de Cristo, desearemos llegar a ser “de adentro” con los “de afuera”, mezclándonos con otros a fin de ser agentes transformadores, que producirán una diferencia positiva en sus vidas y, por extensión, llevarán a otros a lo que realmente importa en la vida: la salvación en Jesús.
Lee Deuteronomio 12:30 y 31:20; e Isaías 2:8. ¿De qué peligros nos advierten estos textos, y cómo podemos ser cuidadosos para no caer en esa trampa?