“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mat. 23:37).
JONÁS EN NÍNIVE
Lee Jonás 3:4 a 4:6. ¿Qué problema serio de actitud tenía este profeta?
En Jonás 4, el profeta se sienta al este de la gran ciudad de Nínive. Ya había entregado su mensaje de condenación que Dios le había confiado. Reflexiona sobre su viaje, su renuencia a ir a Nínive, sus tácticas de escapismo, la insistencia de Dios en conseguir que Jonás volviera a su misión, el episodio de los tres días en el pez y el largo viaje hacia el interior del país desde la costa. Y ¿para qué? ¿Para que Dios se volviera y mostrara su gracia a ese pueblo despreciable? El pueblo se arrepintió, pero Jonás se sentía traicionado. Se sentía deshonrado y usado. Su esperanza había sido que la destrucción de esta ciudad pagana de ciento veinte mil habitantes mostrara la preferencia de Dios por su pueblo escogido y vindicara el odio de Jonás hacia los ninivitas.
Lee Lucas 19:38 al 42. ¿Qué sucede aquí, y cuál es la actitud de Jesús hacia la ciudad de Jerusalén?
Ochocientos años después de Jonás, Jesús cabalga sobre un asno por sobre la cresta de una colina desde donde ve a Jerusalén. Se oyen gritos de alabanza al “Rey que viene en el nombre del Señor”, junto con ecos de esperanza que declaran “paz en el cielo, y gloria en las alturas” (Luc. 19:38). En medio de esta entrada triunfal, Jesús, al acercarse a la ciudad, se detiene y llora, diciendo: “¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz!” (vers. 42, NVI).
Nota el contraste. Jonás en forma renuente obedeció el mandato de Dios, muy poco preocupado por el bien de los habitantes de Nínive. Jesús se acerca a Jerusalén con una carga en el corazón: que ellos pudieran tener la salvación que él ofrece, y a tan alto precio.
Dos ciudades: Nínive y Jerusalén. Dos mensajeros: Jonás y Jesús. La diferencia es obvia. Jesús ejemplifica la actitud abnegada, preocupada, que desea el bien de la gente. Dios quiera que, por su gracia, nosotros revelemos la misma actitud de Jesús hacia los perdidos.
¿De qué modo el egoísmo podría fomentar la actitud que hace que una persona pierda interés en la salvación de otros?