“Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor. 2:9).

EL DESTINO DE LOS MUERTOS

domingo 20 de diciembre, 2020

En el siglo XVII, el gran científico y filósofo francés Blas Pascal se dio a reflexionar sobre el estado de la humanidad. Para él, había un tema muy claro: por más tiempo que viviera un ser humano (y en ese entonces no vivían tanto), y por más buena que fuera la vida de esa persona (y la vida no era tan extraordinaria tampoco), tarde o temprano esa persona iba a morir.

Por otra parte, para él, lo que sucedía después de la muerte era más largo, infinitamente más largo, que el corto período de vida aquí que precedía a la muerte. Por lo tanto, para Pascal, lo más lógico que una persona podía o debía averiguar era qué destino les espera a los muertos, y se sorprendió al ver que la gente se ponía nerviosa por cosas como “la pérdida del cargo, o por algún insulto imaginario contra su honor”, pero no prestaba atención a la pregunta de lo que sucedía después de la muerte.

Pascal tenía razón. E indudablemente por ese motivo la Biblia dedica mucho tiempo a hablar de la promesa para los que han encontrado la salvación en Jesús, la promesa de lo que les espera en el futuro.

Lee los siguientes versículos. ¿Qué esperanza se nos ofrece? Juan 6:54; 3:16; 1 Juan 5:13; 1 Timoteo 1:16; Juan 4:14; 6:40; Judas 1:21; Tito 3:7.

La vida eterna tiene mucho sentido en razón de la Cruz; a la luz de la Cruz, nada tiene sentido salvo la vida eterna. Que el Creador de los mundos, el que “hizo el universo” (Heb. 1:2), aquel en quien “vivimos, y nos movemos, y somos” (Hech. 17:28), Dios, tuviese que encarnarse como ser humano y morir en esa carne... ¿para qué? ¿Para que finalmente nos pudramos, como un animal muerto en la carretera?

Por eso, el Nuevo Testamento viene lleno de promesas de vida eterna, porque solo lo eterno garantiza la restitución. Un millón de años, incluso mil millones de años aquí, quizá no posean suficientes buenos momentos para compensar los malos. Solo la Eternidad puede equilibrar todas las cosas; y mucho más, porque lo infinito es más que lo finito, y siempre infinitamente.

Pascal tenía razón: nuestro tiempo aquí es muy limitado en contraste con lo que está por venir. Qué tontera es no estar preparados para la eternidad que tenemos por delante.

¿Qué le dirías a alguien que muestra total indiferencia por lo que suceda después de la muerte? ¿Cómo puedes ayudar a esa persona a ver cuán ilógica es realmente esa postura?